Oficialismo y oposición se preparan para lo que pudiera ser el proceso electoral más significativo de los últimos diecisiete años. Las próximas elecciones parlamentarias están destinadas a ser, dada la coyuntura tanto nacional como internacional, un parteaguas en la historia política de Venezuela. Estas elecciones definirán el futuro de un proyecto político construido en torno a un hombre y luego de su memoria.
Ante la ausencia de un proyecto de país alternativo, de lo cual sólo podemos responsabilizar a una oposición enceguecida por la búsqueda de derrotar a Chávez como fin último de su actuación política, queda sólo ver como se comporta el universo electoral que durante el “tiempo de las vacas gordas” acompañó al proyecto revolucionario.
Palacio Federal Legislativo, Caracas, Biblioteca Nacional
El proceso electoral en ciernes, más allá de los escaños que ocuparán oficialistas y opositores y el control relativo que sobre determinados procesos de la Asamblea Nacional podrán ejercer unos y otros, nos revelará si el proyecto chavista es apoyado por la mayoría de los venezolanos. Y esto es de la mayor relevancia de cara al futuro del país.
En las últimas elecciones parlamentarias, celebradas el 26 de septiembre de 2010, la oposición venezolana obtuvo el 47.22% de los votos válidos contabilizados en ese proceso electoral. No obstante, sólo obtuvo el 39,39% de los escaños de la Asamblea Nacional. Mal o bien, no puede desconocerse que el oficialismo obtuvo casi un punto porcentual por encima de la oposición (48,13%). Si ello, la distribución de escaños, fue justa o no depende en buena medida de las reglas de juego acordadas. Y la oposición no disputó ni la composición de la jurisdicciones electorales, ni la base poblacional que se emplearía.
En las próximas elecciones parlamentarias el oficialismo debe asegurarse, en medio de la adversidad y más allá de los escaños que asegure, una victoria numérica en término de número de votos a favor, así sea de uno o diez votos a lo menos. En otras palabras, para el oficialismo sería grave obtener un número mayor de escaños que la oposición si fuera el caso que, al mismo tiempo, lograra un menor número de votos a favor que la oposición.
¿Por qué? Sencillo, la idea que el venezolano común tiene de la democracia es que la democracia es el gobierno de la mayoría. No es una idea que comparta en el plano personal, pero si preguntamos en la calle qué entiende el ciudadano de a pie por democracia nos contestarían aquello. Por analogía, un gobierno es democrático si es elegido por la mayoría. Claro está que el poder legislativo no es el gobierno, pero ello es transparente al ciudadano de a pie. La idea de democracia que maneja el venezolano le llevará a cuestionarse porqué no obteniendo la mayoría de los votos se logra la mayoría de los escaños.
Queda sólo ver como se comporta el universo electoral que durante el “tiempo de las vacas gordas” acompañó al proyecto revolucionario.
No debe sorprender entonces los esfuerzos que se vienen realizando desde el gobierno para disimular la crisis: ampliación de autopistas, aprobación de recursos para proyectos de índole social, etc. Es preciso vender que la “época de las vacas flacas” no ha llegado o que de haber llegado hay un gobierno preocupado para que a aquel identificado como pueblo no te falten cosas o que al menos le falten las menos posibles. Es imperativo que eso quede claro a la base electoral tradicionalmente identificada con el chavismo, sin importar el costo que implique: profundizar las distorsiones ocasionados por una estructura de tipos de cambios no ajustada a la realidad, supuestas operaciones con las reservas internacionales que no se confirman ni se niegan, etc. Por otra parte, visto desde afuera, un triunfo como el aquí descrito podría llevar a actores dentro de la comunidad internacional a cuestionar porqué en un sistema de elección directa, como el nuestro, no de colegios electorales o de segundo grado, los resultados son esos. Las demandas posiblemente se despersonalizarían y se volverían sobre la institucionalidad. En otras palabras, el acento podría trasladarse de López y Ledezma a la institucionalidad democrática del país.
Techo del Salón Elíptico. Palacio Legislativo, Caracas
Del lado opositor, el drama no es menor. Una victoria numérica sobre el oficialismo que se traduzca en menos escaños encendería señales de alerta, como ya se esbozó, en la comunidad internacional. Después de todo, la tiranía de las mayorías pocas veces ha irritado a gobiernos que bien sabrían cultivar en provecho propio una situación como esa, lo contrario sí. Un resultado como el señalado podría ser el mejor escenario para la oposición. Sin embargo, sus ansias de poder puede conducirnos por un despeñadero si lograra capitalizar el descontento de un voto castigo que reduzca el resultado electoral del chavismo a la primera minoría parlamentaria. Lo contrario, un triunfo contundente que asegure a la oposición el control absoluto de la Asamblea Nacional pudiera devenir en el pavimento necesario para un nuevo triunfo oficialista en una contienda presidencial en la cual se responsabilizaría a la oposición, como parte de la campaña política, de coartar y limitar las actuaciones del gobierno a favor de los sectores menos favorecidos del pueblo venezolano. Se le responsabilizaría incluso de la adopción de medidas que el Ejecutivo Nacional ha debido tomar pero que ha pospuesto por su coste político, como por ejemplo la decisión de aumentar el precio de la gasolina.
¿Al final ganará la República o la democracia?