En general a nadie le gusta que le digan fanático, y esto es porque la palabra en sí misma define a un maniático, una persona que defiende tenazmente y con irracionalidad una creencia. No se trata de salvaguardar las ideas propias, se dice fanático cuando esta defensa coquetea con la locura.
En Venezuela el fanatismo es parte de nuestra idiosincrasia. Si revisamos brevemente la historia veremos que los primeros misioneros llegaron con la cruz convencidos de que era necesario imponer la religión verdadera a los salvajes, y los mal llamados salvajes respondieron con esa misma convicción para librarse de los recién llegados; varios siglos después y para saltarnos el discurso colonialista, Bolívar lanza su Decreto a muerte que dice claramente “o estás conmigo o estás contra mí”, así durante las siguientes décadas pasaremos por el entusiasmo que inspiraron hombres como José Antonio Páez, los Monagas, Ezequiel Zamora, Juan Vicente Gómez, así los militares van a instaurar toda una religión llena de fieles que los idolatran y suspiran por “una bota”. Acción Democrática y Copei más que partidarios tienen devotos, basta para eso recordar frases como “el adeco nace, no se hace” o el simple mandato “vota verde” todo para desembocar en el mesías Chávez que creará la más grande de las religiones del continente americano: el chavismo.
Todo fanático es orgulloso y tiene sueños de grandeza, que no siempre se corresponden con la realidad, se complace pensando que lo que él ha elegido como verdadero es la única realidad posible. Sus acciones y pensamientos están ungidos por dios, (cualquier dios, incluso él mismo).
La creencia del fanático es su único referente, se dice a sí mismo: -“yo creo que esto debe ser así, los demás deben amar esto porque yo tengo la seguridad de que es lo correcto, los demás están en un error porque no aman lo que yo amo”.
La raíz del fanatismo
El fanático está movido y consagrado por algo superior que es omnipotente: Dios, el Islam, la Patria, la Historia, la Derecha, la Izquierda, el Socialismo, el Liberalismo, y hasta un equipo deportivo, por eso en el deporte crece como el monte todo ese apasionamiento, desde las recientes loas a la Vinotinto, pasando por convertirnos todos en esgrimistas o hasta la más conocida de todas, la lucha de los eternos rivales, entre ellos, y de ellos contra todos los demás, es más fácil fingirse seguidor de un equipo que desconocer las reglas del juego o los resultados de la noche anterior. Y así, una lista interminable de situaciones y mesías a los que estamos dispuestos a defender con la vida (de otros) si fuera necesario. Bien parece que transpiramos fanatismo y que a su vez nos alimentamos de él.
Pero, ¿de dónde viene el fanatismo? ¿Qué es lo que hace a los habitantes de este pedazo de tierra tomar posiciones extremas sin dudar jamás?
Pues el asunto es más general de lo que podríamos creer. Proviene de algo bastante básico y es de la necesidad que tenemos todos los seres humanos de conocer, pero no pensemos que eso significa leer muchos libros o tener tres doctorados, ni siquiera se trata de leer y escribir. Los seres humanos aspiran a conocer su entorno y comprenderlo, porque ese conocimiento les permite la sobrevivencia, (comer, dormir, reproducirse, etc.). Es decir, quiero saber si hay suficiente pan antes de hacer una cola de tres horas, quiero saber si hay aceite antes de llegar al supermercado, esas simples preocupaciones mantienen nuestra mente (actual) ocupada, así también quiero saber si todo continuará igual o cambiará, etc. En la medida en que satisfacemos necesidades nuestras preocupaciones se van modificando; así nacieron los mitos, para ofrecer una explicación del mundo, luego la iglesia hizo otro tanto y la ciencia lo que le ha tocado. Hoy nos encontramos en una era tecnológica y creemos que todo lo que proviene de la tecnología es como el oráculo de Delfos, “conocer” significa estar conectados al twitter, el facebook, la televisión, la radio, convencidos de que esa información es conocimiento y por lo tanto, persuadido a defender eso que sabemos, o que alguien en quien confiamos, publicó en un twitt.
Dicen los psiquiatras, (algunos, según la escuela y para abreviar), que los seres humanos funcionamos entre dos tipos de pensamiento:
El pensamiento deseo y el pensamiento realista. El pensamiento realista o dirigido, es aquel que para comprender lo que nos rodea y avanzar en nuestros objetivos, se propone conocer eso que lo rodea, para alcanzar ese conocimiento observa y se plantea las cosas que ha experimentado con lo que le rodea, ese tipo de pensamiento es controlado por el individuo, por medio de procesos de argumentación, eso es lo que le permite resolver los problemas que lo apabullan.
El pensamiento deseo por su parte es aquel que para comprender la realidad se alimenta de fantasías. En lugar de conocer algo a partir de las experiencias que tengo con lo que me rodea, me hago ideas o imaginaciones no comprobadas sobre lo que me rodea. Ese pensamiento deseo es el pensamiento del fanático, siempre alimentado por la fantasía. Fantasía que le puede hacer que un Dios extraño lo colocó en este mundo por una razón o que si en las próximas elecciones gana su candidato favorito el país resolverá todos sus conflictos y vivirá en la tierra prometida de la que mana leche y miel. Esa fantasía justifica las acciones que se emprenden y por lo tanto puede imponer por la fuerza esa verdad superior a los demás. El pensamiento deseo no siempre es dañino y puede llegar a ser muy útil, pues nos permite tener fe ante determinadas decisiones, impulsa a la creación.
Ahora bien, me parece que ese imán que nos atrae como colectividad al fanatismo pudiera ser el apasionamiento, en general nuestras acciones se guían por el deseo, hay que aceptar que somos una sociedad muy joven que aún no supera la etapa del biberón social, nuestro pasado es muy reciente y cualquier reflexión medianamente autorizada que alabe el fanatismo aún resuena en nuestras cabezas. ¿Sería acaso esto lo que nos hace tan vulnerables al fanatismo? Estamos muy lejos de sentirnos ni siquiera un poco atraídos por la racionalidad, por la lógica o por el simple escuchar los argumentos de otro.
¿Qué hacer para dejar el fanatismo?
No obstante, el que sea parte de lo que somos no quiere decir que deba seguir siéndolo, comprender y aceptar el fanatismo existente en nosotros es una forma de dominarlo, esto porque para los humanos, reconocer un error es lo más difícil, puesto que significa apartarse de la idea que consideró mejor.
Es difícil librarse del fanatismo, pues él sabe fingirse como nuestra opinión, sabe de qué pata cojeamos y se instala allí, haciéndonos creer libres y fuertes. Dejarlo desarrollarse es matar nuestra dignidad pues el fanatismo esclaviza la consciencia hasta suprimirla, de esta forma colisionar ideas con otros, es una forma de vacuna contra este mal. No se trata de aceptar ciegamente lo que el otro diga sino de escuchar y comprender que dice, luchar contra esta patología dándonos cuenta de que los mesías no existen ni las soluciones mágicas y rápidas, ningún dios vendrá a salvarnos, aceptar esto y familiarizarnos con la razón y escuchar lo que los demás tengan que decirnos, entre otras cosas, no nos vendría nada mal como país.