No se trata de contrariar al Vicepresidente Ejecutivo de la República, Aristóbulo Istúriz, pero los modelos rentistas no fracasan. El “rentismo” podría definirse como un modelo económico en el cual el ingreso deriva de actividades económicas no productivas. Tal es el caso venezolano, donde la economía se sostiene principalmente de la diferencia (renta) que se origina al sustraer a los ingresos que genera el petróleo los gastos necesarios para la extracción de este recurso.
Esa forma de aproximarnos de manera sencilla a la renta resulta útil para comprender lo que afirmamos en el título. Como modelo, el “rentismo” no puede fracasar. Ello en el entendido de que este modelo puede generar sólo una de dos situaciones: una renta positiva o una renta negativa. Si los gastos no superan los ingresos habrá un incremento neto de la riqueza, en la forma de una renta positiva; esto es, un ingreso que puede consumirse sin registrar disminuciones en el patrimonio de la persona natural o jurídica de que se trate. Caso contrario, cuando los gastos superan los ingresos, se produce una renta negativa que puede traer como consecuencia una disminución del patrimonio. Sin embargo, no nos interesa aquí examinar la renta. Por el contrario, lo que buscamos destacar es que el “rentismo” como modelo no puede ofrecer nada distinto a lo ilustrado anteriormente: una renta positiva o una renta negativa.
El problema que intenta ilustrar el Vicepresidente Istúriz, afirmando que el modelo rentista fracasó, es uno muy distinto y sobre el cual no parece haber debate dentro de los círculos oficialistas. El intento de instaurar un modelo socialista de corte marxista-leninista sustentado sobre la base de una renta petrolera inusualmente alta fue lo que fracasó en este país. El avance hacia la creación de un Estado unipartidista con control total sobre la economía requirió el aniquilamiento del aparato productivo nacional con el objetivo de construir una única sociedad proletaria. Durante la época de las vacas gordas, cuando el precio del petróleo se cotizó muy por encima de los ciento treinta dólares por barril, esta empresa resultó fácil. Las necesidades de la población se satisficieron mediante ingentes importaciones de todo tipo.
Ingenuamente se pensó, desde el gobierno, que el pueblo, como cariñosamente le han llamado, apoyaba la transición del modelo capitalista imperante cuando Hugo Chávez llegó al poder al modelo socialista que él empezó a promulgar. Ese pueblo estaba ansioso de reivindicaciones que la renta petrolera facilitó. Y porqué no decirlo, mucho de ese pueblo albergaba el resentimiento natural de alguna oportunidad negada. Pero, más allá de eso, aspiraba a estar mejor, a parecerse a los personajes que admiraba en la televisión y ostentar el nivel de vida que ellos lucían. El chavismo no podía darles eso, pero sí una ilusión. A través de transferencias directas y subsidios les hizo creer que eran menos pobres de lo que alguna vez fueron. No los podía hacer ricos porque el proyecto requería como ya se dijo de una única clase proletaria. Y ahora que llegó el tiempo de las vacas flacas la ilusión se desvanece.
¿Fracasó el “rentismo”? No, el modelo rindió lo que podía ofrecer dentro de sus limitaciones. Mantuvo una ilusión de riqueza y prosperidad mientras los precios del petróleo se mantuvieron altos. Ahora que casi igualan el precio de extracción en el país, nos muestra una realidad dominada por la pobreza de una economía improductiva a la que se apostó desde el gobierno como si el alza en los precios del petróleo se hubiera de mantener indefinidamente.
No culpemos al modelo rentista, la verdadera pregunta es ¿qué se hizo con una renta inusualmente alta? Y por otra parte, ¿qué se va a hacer para impulsar un verdadero aparato productivo? No basta pedir ayuda, hay que dar estímulos y garantías.