Una de las imágenes que acompañaba los libros de los primeros viajeros a las indias era la imagen del hombre sin cabeza: el acéfalo. Esta antigua imagen es reproducida en obras como la de Girolamo Benzoni en su Historia del Nuevo Mundo o los relatos de viajes del Walter Raleigh. Los Ewaipanomas fueron realizados por Theodory de Bry en 1599 y eran usados con frecuencia para intentar describir un escenario inexpresable para los recién llegados conquistadores, y si bien, no ilustran a América en sí, ilustran su metáfora: El hombre del nuevo mundo es un hombre sin cabeza, es decir, un hombre que puede vivir sin la razón, sin entendimiento. Esta decoración del escenario americano nos lleva a preguntarnos por el argumento de la obra, tenemos ante nosotros una historia, un mito que nos cuenta cómo nos ven y que se extiende hasta la forma en la que nosotros nos vemos.
Podemos decir que esas formas de vernos, se han formado a partir de esos mitos, son ellos, los que han moldeado nuestra forma de ver el mundo, se han transformado en un “dispositivo” como nos diría Foucault “algo entre lo dicho y lo no dicho”, una conexión propuesta y que hemos adoptado cuya función es enlazar nuestro mundo mental con nuestro mundo concreto y determinar la forma en la que nos conducimos.
Así que al hablar de venezolanidad y mitos queremos determinar algunas de las creencias que se han arraigado en nosotros, hasta determinar nuestra forma de ser, de pensar, de aceptar, de vivir.
Acercamiento al mito
Los Blemias. Nuremberg. Siglo XII
El hombre construye su sociedad sobre los mitos, “historias fantásticas de un pasado remoto” que dan forma al pensamiento de las naciones. Las historias de los dioses narradas en la Teodicea por Hesíodo, o por Homero en el caso de la Ilíada y la Odisea dieron pie al pensamiento griego, hoy todavía solemos escucharlas entusiasmados sin saber claramente lo que ocultan, pero que no entremos en sus profundas aguas no quiere decir que estas historias no se hayan quedado en nosotros. Es por eso que queda en nosotros, por ese remanente de las historias, que llamamos también al mito: creencia, afirmaciones que atesoramos y damos por ciertas sin cuestionarlas, aceptándolas y repitiéndolas con la seguridad de la verdad.
Estos dispositivos unifican el pensamiento de los individuos ofreciendo pertenencia a un grupo determinado, porque “el mito representa, a la conciencia colectiva, la imagen de una conducta cuya solicitación experimenta (…) pertenece por antonomasia a lo colectivo; justifica, sostiene e inspira la existencia de una comunidad, de un pueblo, de un gremio o de una sociedad secreta” como nos recuerda Roger Caillois. Así permea a través de la cultura en general, del arte, de la literatura, de los medios de comunicación y de lo que nos comenta el vecino, la vida en general nutre y distribuye los mitos a partir del lenguaje, como el viento esparce las esporas de una flor.
Su característica más valiosa es que nos permiten ordenar nuestro mundo y explicarnos la realidad. Así, mientras más caótica parece ser nuestra realidad más prolífica será la producción de los mitos, (como le ocurría a los viajeros de las Indias) pues la necesidad de comprender es mayor, el mito nos otorga seguridad, esto nos hace pensar que si renunciamos a ellos colapsará nuestra sociedad o nosotros, por lo que es muy difícil que una vez que se ha instalado un mito podamos salir de él, sin embargo, dependiendo del tipo de mito, ponerlo en evidencia ante nosotros nos permitiría sobrepasarlo y finalmente remplazarlo por otro.
Los mitos fundadores y los mitos conservadores
Amalivaca. Mural de César Rengifo. 1954-1955
Para simplificar este problema de los mitos y las naciones podemos dividir los mitos en dos tipos: El mito fundador o sagrado (que es aquel que habla del comienzo de la polis o de un ritual determinado) suelen ser aceptados sin discusión por todos los miembros de la comunidad, no pueden ser extirpados pero sí cambiados y al cambiarlos cambiará también todo el estamento de la sociedad, estos mitos se imponen por medio de la violencia y son atemporales. El otro tipo corresponde a los mitos conservadores cuya función es mantener y alimentar el mito fundador, son mitos de soporte, tienen una vida momentánea, por lo que están sometidos al tiempo, su aceptación no es unánime, sino que pueden ser reconocidos por unos, y negados por otros, no obstante, de cualquier forma surgen del mito fundador y lo mantienen.
Es preciso aceptar que la venezolanidad se construye a través de los mitos y separarla de estos no ayudaría a su construcción, al contrario, pondría en grave riesgo la posibilidad de explicarnos quiénes somos, el mundo en el que vivimos y las acciones que podemos ejecutar para determinar nuestro futuro. Debemos por tanto, preguntarnos ¿cuál es nuestro mito fundador? ¿Será acaso el mito de Amalivaca de los Tamanaco o acaso el mito de los hijos de la luna de los caribes o tal vez es Maria Lionza? No lo creo, y no se trata de que estos mitos no sean mitos fundadores, el problema es que el valor como dispositivos de estos no es lo suficientemente poderoso.
Bolívar, un mito fundador cuestionable
Jonh Lombardi en su libro Venezuela, la búsqueda del orden, señala que el período de 1810 a 1830 (Guerras de independencia) corresponde al tiempo en el que se produce el mito fundador de Venezuela: el mito que define el país y con el que nos identificaremos hasta bastante avanzado el siglo XX. Este mito nace como consecuencia de la guerra prolongada y la acción de un héroe nacional: Simón Bolívar. José Pascual Mora-García señala que “es imposible comprender la venezolanidad sin Bolívar; porque Bolívar es el mito fundacional”. Por su parte, German Carrera Damas nos habla del culto a Bolívar como “columna vertebral del pensamiento venezolano” y explica que este culto ha penetrado en la mente del venezolano identificándolo con él.
Mi delirio sobre el Chimborazo, Tito Salas. 1930
Bolívar y su historia posee todos los elementos de un mito fundador. El héroe nacional, que goza de todas las características arquetípicas: Una infancia sufrida y marcada por el abandono de los padres, (muerte de la madre); un guía que le ayuda a alcanzar su misión, (Simón Rodríguez); la pérdida del ser amado, (muerte de María Teresa); la revelación de su misión divina, (Juramento en el monte Sacro); cumplimiento de la misión en contradicción incluso con los designios de los dioses (Guerras de independencia); una muerte injusta o sufrida; el compromiso con una causa: la libertad y finalmente el nacimiento de una nación.
La construcción del mito de Bolívar puede ser rastreado no sólo por los elementos que antes hemos señalado, es introducido en el publico por medio del arte, recordemos las obras de Tito Salas, Arturo Michelena o El Canto a Bolívar de José Joaquín de Olmedo.
La nación reclamaba un padre, es por eso que se afianza en nosotros ese mito del que todo deriva, al que le debemos todo. El héroe se transforma en el padre represor pero también en el ejemplo, por lo que sus acciones se transforman en arquetipos que deben ser imitadas. El problema es que la imitación no implica reflexión.
El Panteón de los Héroes, Arturo Michelena. 1898
El mito que se afianza en nosotros no es la presencia de Bolívar, eso es apenas una representación, lo que se afianza es el héroe nacional como determinante para el desarrollo de la vida social, política, cultural; el héroe es un personaje inalcanzable e idealizado, por lo que nadie puede estar a su altura.
El mito de Bolívar como mito fundador nos presenta el problema de la historia previa. Como todo mito fundador comienza con una ruptura importante que elimina de forma inmediata no sólo toda la tradición mítica que pertenece al pasado indígena, que ya había sido suprimida por la colonia, sino que además también ataca 300 años de vida y mitología colonial que remite al poder de los reyes como poder divino. Es natural que los mitos fundadores se impongan por la fuerza, pues surgen de la violencia fundadora que necesita para prosperar exterminar lo anterior, en eso consiste su acto redentor.
Marcos Pérez Jiménez, el buen dictador
Publicaciones del Servicio Informativo Venezolano. 1954
El otro mito que también podemos llamar fundador es el de Marcos Pérez Jiménez y “El nuevo Ideal nacional” y que comienza a instalarse en nosotros desde 1949. Pérez Jiménez no cree necesario atacar la figura del héroe, de Bolívar en este caso, sino que le agrega una idea: el progreso. El mito del progreso no es posible sin el mito de Bolívar que le da asidero, pero ¿qué consideraríamos como progreso?, ¿cuál es nuestro destino común? ¿es cumplir la obra de Bolívar? O simplemente no sabemos cuál es nuestro destino común.
En este caso, la construcción y afianzamiento del mito ocurre desde las publicaciones realizadas desde Servicio Informativo Venezolano, además la doctrina del bien común o bien nacional se hace tangible por medio de la infraestructura que exime de cualquier defecto al guía del progreso.
El esfuerzo del chavismo por hacerme mito
Como es evidente, el chavismo no podía escapar al embrujo del mito, así adopta sus características transformándolas en dispositivo por excelencia, puesto que llegan hasta el individuo y lo transforman. Esto se hace tomando el mito del héroe y enlazándolo con la creencia de la necesidad de un heredero, remplaza la figura del héroe muerto (el símbolo) con la del héroe vivo (lo tangible), ese ungido tiene en sí el poder para transformar y destruir a la sociedad, si bien se muestra desde el poder (medios de comunicación del Estado, panfletos, etc.) llega a los individuos y los hace parte de su estructura de difusión y contagio.
El mito del chavismo se defiende mediante el mito conservador el de la guerra o amenaza exterior: paro petrolero, iguanas devoradoras de cables o el bloqueo entre otras muchas, son amenazas que intentan transformar al heredero en una víctima de las circunstancias, deslindándolo de su compromiso. Esa incapacidad de aceptar la responsabilidad de los actos se extiende a la población que, por supuesto, intentará buscar a los culpables de sus desgracias, sin cuestionar su papel en ese juego.
Dos ejemplos de mitos conservadores
En el caso de los mitos conservadores estos son los más comunes, los que mutan con mayor facilidad y los que usamos diariamente, los adoptamos de todos aquellos a los que otorgamos cierta autoridad: padres, maestros, amigos, medios de comunicación, etc. son resultado de la interpretación que damos a lo que dice la autoridad o a lo que nosotros concluimos de determinadas experiencias. Estos mitos se evidencian en frases y dichos que muestran un fragmento de cómo pensamos y resultan mucho más peligrosos que los mitos fundadores puesto que se sostienen en vaguedades que terminan incorporándose a la estructura organizacional de la sociedad, lo que nos lleva a actuar acorde a ellos sin cuestionarlos nunca, porque son parte del lenguaje. Generalmente envuelven una verdad poco comprendida o incompleta que al ser interpretada se desvanece.
Del “hay que mejorar la raza” al “hombre nuevo”
La odiosa frase de la mejora de la raza tiene su principio en un mal entendimiento del evolucionismo y del positivismo de mediados del siglo XIX y principios del siglo XX estimulado por personajes como Guzmán Blanco y expuesto en el pensamiento de Laureano Vallenilla Lanz, que promueve la idea la supremacía de los habitantes de Europa como raza superior y intenta esconder un evidente clasismo.
Esto llevó a la evidente lucha por “mejorar” biológicamente a los individuos, puesto que era necesario sanear a una población decadente desde su origen, si bien, hoy muy pocos hablan de “mejorar la raza” el mito permanece en expresiones como “el hombre nuevo del chavismo” esta expresión oculta la misma absurda creencia en que existen seres humanos biológicamente superiores, esta creencia termina por colocar dentro del infame saco, a todos aquellos que no formen parte de mi grupo.
Con AD se vive mejor
Otro mito conservador que se repite no solo en nosotros sino en el mundo entero es el que habla de la exuberancia del pasado que siempre fue mejor, incluso Sauvy lo incluye en su libro Los mitos de nuestro tiempo “las desventuras se borran en estos que se apegan al pasado, mientras se afirma sobre un fondo rosado el sentimiento de dulce nostalgia” los gobernantes y la vida del pasado resultan más atractivos que los del presente, este mito puede ser reconsiderado si nos cuestionamos sobre por qué ese pasado devino un presente desastroso.
Para concluir
No somos especiales con nuestras creencias, nos apegamos a ellas con el mismo empeño que lo haría un danés o un esquimal, todos compartimos el peligroso poder del contagio del mito. Y es que no podemos olvidar que “los mitos cambian el curso de la historia” y que, sobre todo, lo que escogemos creer determina nuestro futuro. Vale el esfuerzo entonces, poner en tela de juicio lo que escuchamos y lo que creemos. Por supuesto, esto no quiere decir que debamos temerle a los mitos, no. Ellos surgen y se desvanecen en una danza continua, a lo que debemos temerle es a nuestra incapacidad para cuestionarlos, y no se trata de destruirlos, un mito destruido es remplazado por otro, se trata, simplemente de pensar y escoger, de comprender la mecánica del mito en nosotros.
Los acéfalos de los que hablábamos al principio fueron descritos por Heródoto y por Flavio Josefo como una raza de hombres que desafiaron a los dioses, por lo que estos, en castigo, los convirtieron en seres sin cabeza, y es que si no aceptamos la realidad del mito, quedaremos como los hombres acéfalos y tampoco seremos capaces de aceptar la razón.