“Venezuela es casi mi primera patria”, recuerda Adelaida Padrón Guanche de Gómez a sus noventa y dos años al mirar el camino que la condujo desde las islas Canarias (España) hasta el extremo norte de Suramérica siendo una joven que añoraba un hogar donde ver crecer a su familia y brindarles a sus hijos opciones para prosperar.
Estampilla de la época de Franco
Se fue de España en 1952. Un año antes lo hizo su esposo, José Miguel Gómez Amador, quien planificó el viaje con parte de la familia sin decirle mientras ella estaba embarazada de su primer hijo. “Hasta última hora no sabía nada”. Era algo que él había preparado con su mamá, su papá y hermanos. “La última semana me dijo que viajaría. Yo no podía hacerlo porque me faltaba un mes para dar a luz”.
Folleto del Cine. Uno de las muchos que guarda Adelaida de su época de novia con José Miguel
En los años previos a la década de los cincuenta del siglo XX España venía de experimentar una cruda Guerra Civil, que además de un elevado saldo de víctimas dejó al país en una profunda crisis económica, a lo que siguió una etapa política convulsa en medio de la Segunda Guerra Mundial, tras la cual se consolidó el franquismo. Fue precisamente este contexto el que estimuló un acelerado proceso de migración de millones de españoles, que se extendió hasta la década de los setenta. Muchos lo hicieron hacia América Latina, otros se fueron buscando oportunidades en otros países de Europa.
Dos viajes para completar una familia
Adelaida y José Miguel
José Miguel emprendió su viaje trasatlántico hacia Venezuela acompañado por Óscar, un primo de Adelaida cuya esposa ya vivía en Caracas, lo que le daba una base para comenzar en ese nuevo país desconocido que muchos canarios habían elegido como destino. “Al llegar no pudo quedarse mucho tiempo allí (con Óscar y su esposa), porque el espacio era pequeño. De inmediato tuvo que buscar alojamiento y trabajo”.
Luego Adelaida de 22 años y su bebé de meses, a quien llamaron José Miguel, abordaron el “Andrea Gritti” en el puerto de Santa Cruz de Tenerife con destino al Puerto de La Guaira en Venezuela. Recuerda que al subir al barco había una escalera con mucha pendiente y era difícil hacerlo con las cosas que llevaba consigo y con el bebé. “Un cubano me ayudó”. Ese pasajero igual la ayudaría al llegar a tierras venezolanas al momento del descenso, donde se despidieron porque él seguía camino hacia Cuba.
Buque "Andrea Gritti"
No tenía a ningún conocido a bordo, pero poco a poco, al hablar con esos extraños que emprendían una travesía similar, pudo crear algunos lazos para sobrellevar el viaje. Muchos, como ella, ya tenían familia en Venezuela.
Recuerda que hizo el itinerario “en tercera”, es decir, en “un gran salón con muchas camas”. La suya quedada muy cerca de las escaleras y eso era bueno, porque los baños estaban arriba. Las comidas, que casi siempre consistían en pescado, eran servidas en el comedor a unos horarios específicos, pero ella debía acercarse con regularidad a la cocina para el biberón de su bebé.
El barco italiano “Andrea Gritti” fue una de las naves emblemáticas de ese goteo de europeos que escapaban de la crisis de su continente en busca de un futuro en otras latitudes, tocando puertos a lo largo de América Latina de forma recurrente.
Al acercase a las costas venezolanas se extrañó. “Solo se veían unos riscos muy altos y no me imaginaba cómo se podía llegar a atravesar aquello, hasta que el barco avanzó hacia el puerto”. Se trataba de la cordillera de la costa y del avistamiento inicial del imponente cerro Ávila que resguarda Caracas.
Postal del puerto de La Guaira, década de 1950
“Llegamos al puerto de día”. Era el 11 de abril de 1952, el día de su cumpleaños. En tierra la esperaba su esposo, quien no conocía a José Miguel. “Fue un reencuentro muy bonito”, recuerda.
Allí estaban también su primo Óscar y quien entonces era socio de su esposo, un Guardia Nacional de apellido Páez con el que tenía un pequeño abasto.
“Me revisaron los papeles sin problemas y mis cosas quedaron en aduana. Subimos a Caracas por la carretera vieja (no había autopista) y ese viaje fue vuelta y vuelta, muchas curvas. Estaba muy mareada”.
Una vida nueva
Familia Gómez Padrón, año 1955
Una vez en Caracas fueron a Propatria, donde su esposo tenía una casa alquilada y el abasto. “Yo solo llevaba lo que tenía puesto, porque a los tres días había que volver a La Guaira por el equipaje”. Ella tan solo había podido sacar una pequeña maleta con las cosas del bebé, así que en un primer momento tuvo que usar camisas de su esposo.
Le gustó la forma de vivir de los venezolanos y que fueran tan alegres. Ese fue el inicio de un recorrido que los llevó primero a mudarse a Catia, también en Caracas, y luego a recorrer varios lugares de Venezuela buscando oportunidades de trabajo para establecerse. En varias ocasiones se mudaron entre San Juan de los Morros (Guárico) y La Villa y Cagua (Aragua), aunque en el ínterin llegaron a radicarse por unos meses en la Avenida 5 de julio de Puerto La Cruz (Anzoátegui). Pero fue en Cagua y San Juan de los Morros donde mejor se asentaron hasta establecerse finalmente en Maracay (Aragua) a partir de 1967.
Precisamente en Cagua tuvieron una bodega y en San Juan de los Morros montaron un quiosco donde vendían parrilla, arepas, tostones, avena, café y tortas. Luego, en Maracay, se dedicaron al mayoreo de queso llanero, que fue el trabajo en el que José Miguel concentró sus energías y en el que eventualmente también trabajaría su hijo mayor.
En Venezuela tuvieron al resto de sus hijos: Gladis Margarita (1955), Tomás Manuel (1960) y Carmen Rosa (1967), todos nacidos en San Juan de los Morros.
Todos ellos crecieron, estudiaron y buscaron sus propios caminos, pero la muerte se llevó tempranamente a Tomás, aun sin cumplir los 23 años, y a José Miguel a los 35 años. Su esposo murió en esa misma época, a los 60 años, y todo en sus vidas se trastocó. Pero esos afectos han quedado sembrados en la tierra que la recibió cuando tenía 22 años, en donde pudo seguir adelante a pesar de las ausencias y del dolor. Por eso se ha sentido siempre parte de Venezuela, la patria que la adoptó y donde además nacieron sus cinco nietos.
Volver a salir de casa
Nunca imaginó que a los 86 años tendría que emigrar nuevamente debido a la crisis sistémica que vive Venezuela. Ella, parte de sus hijas, nietos y bisnietos se cuentan en las estadísticas de la diáspora venezolana de más de cinco millones de personas. Adelaida mira en la distancia a Venezuela, su casa, añorando poder regresar.