De alguna u otra manera todos los países se componen de personas que no necesariamente nacieron dentro de sus fronteras. Los ejemplos son numerosos y no creo que exista uno mejor que nuestro continente. América es la confluencia de todas las razas y culturas humanas, como una colcha de retazos.
No estoy segura de que todos los que vivimos aquí o sólo una parte, en la que me incluyo, nos hemos visto en la obligación de acompañar a algún pariente al aeropuerto o asistir a una de esas despedidas en las que, tanto el que se va como el que se queda, se prometen mantenerse en contacto y en ocasiones regresar cuando todo mejore. Así nos vamos acostumbrando a los adioses, a vivir las amistades por WhatsApp, a vernos envejecer por Skype, vamos reduciendo el número de amigos cercanos, y dejamos de encariñarnos demasiado con los nuevos amigos porque siempre, entre los planes, salta como una pulga desagradable el asunto del “tal vez deba irme en algún momento”
Así, esta avalancha de exiliados se va haciendo más y más grande, se convierte en un mercado naciente, se publican libros, se escriben páginas web y blogs, se hacen ferias para emigrantes, se compran casas y apartamentos en el exterior, se acumulan los días en las oficinas oficiales para validar documentos, se venden o se abandonan los recuerdos que no caben en las maletas.
Desde el año 2000 el gobierno, entre otras cifras, no publica las de la diáspora.
Las cifras de emigración de venezolanos desde hace 20 años no tiene muchas similitudes con las de otros países de Latinoamérica, la nuestra se caracterizan por emigrantes con educación universitaria y con poder adquisitivo. Aun cuando los números no son todavía alarmantes como los de México, India o China, países con una densidad poblacional mayor a la nuestra, la diáspora es significativa porque no había ocurrido antes en la proporción actual y sobre todo porque nos va dejando sin especialistas, sin profesionales, sin jóvenes, en los que de alguna manera todos invertimos.
Hoy no es posible conocer cuál es el número de venezolanos en el exterior, y en qué países se encuentran. Según las cifras del Banco Mundial, en 2012 el número de venezolanos residiendo fuera de nuestro país era de 521.620, por su parte el Registro Electoral Permanente señalaba que en 2013 más de 1.000.000 de venezolanos estaban registrados para votar en el exterior. Este mes la Organización Internacional de Migraciones (OIM) señala en su página web que los venezolanos en el exterior son aproximadamente 499.942, pero esta página no incluye cifras de Argentina, China o Rusia, entre otros.
La inseguridad y la falta de libertades económicas son las que mueven a muchos a irse, problemas ante los que el común no puede hacer nada más que padecerlos.
El enigma nos toca a todos como una epidemia, ¿irse o quedarse? ¿Dónde están las oportunidades? Es una decisión determinante, en la que el individuo pone en juego toda su vida.
Irse significa no sólo conjugar un verbo, significa perder parte de lo que se es para colocarlo en otro lugar, significa reconstruirse desde otra nación, con su historia y sus símbolos, es movimiento y cambio, lo que lleva al migrante a convertirse en ciudadano de otro país que cede para lograr una nueva pertenencia. Significa obrar sobre nuevos parámetros.
Quedarse es una forma de estar, una forma del ser, implica permanencia y existencia, situarse de determinado modo ante algo.
Tanto para el que se va, como para el que se queda las cosas son complicadas.
Cuando el partido Nacional Socialista de Alemania tomó el poder emigraron aproximadamente 300.000 judíos alemanes, ese fue sólo el comienzo, pues se cree que aproximadamente 30.000.000 de personas se desplazaron de Europa a otros continentes durante la 2da. Guerra Mundial. Los latinoamericanos nos beneficiamos de diásporas como la Guerra Civil Española. Se cree que al menos 1.000.000 de españoles se trasladaron a otros países, hablamos de especialistas en distintas áreas. La reciente guerra de Yugoslavia entre 1991-1995 facilitó la huida de casi 4.000.0000 de personas. De Colombia se han desplazado más de un millón de campesinos, nuestro país ha refugiado a buena parte de ellos, todos tenemos un amigo colombiano. En 1994 se desplazaron de Ruanda al menos 1.500.000 personas, y recientemente en Pakistán el destierro ronda la misma cifra.
Uno abandona su casa cuando no encuentra en ella condiciones aptas para la vida o se permanece en ella porque se cree que es posible alcanzar esas condiciones. Una y otra postura, son igualmente justas, no se pueden clasificar como buenas o malas, puesto que dependen de nosotros cuando tomamos una decisión movidos por nuestra experiencia vital y cada quien conoce sus límites.
Las razones para irse son innumerables y parece que para quedarse son pocas.
Irse o quedarse, en ambos casos implica readaptación a realidades que no nos son del todo afines. El que se va se adaptará a otra cultura y el que se queda también, a la cultura nueva que ha surgido en el lugar. No obstante, el que se queda tiene la pequeña oportunidad de hacer algo para influir en esa cultura, pero esa influencia no es fácil, al contrario, serán más las veces que se sienta derrotado que en las que crea haber alcanzado algo. Reconstruir una sociedad no sólo es obra de una artillería económica, es obra del común, de aquellos que deciden convertir el desastre en oportunidad.
¿Está usted dispuesto?