¡Pero por desgracia son raras, muy raras en todas partes las mujeres verdaderamente bonitas!
Ifigenia, Teresa de la Parra.
Comentar sobre la belleza física de las personas no es algo que valore sobremanera, sin embargo, no podemos negar que nuestro mundo coloca gran parte de su esfuerzo en señalar las virtudes de un rostro armónico o de un cuerpo que cumpla con las características apreciadas por determinado período.
Esa insistencia en cierta adoración al cuerpo, herencia de nuestros amigos los griegos, no es algo que nació en el siglo XX ni en el XIX. Nuestra sociedad parece haberse cimentado en la constante de la belleza y no debe extrañarnos que algunos mitos de nuestras sociedades indígenas insistan en la perfección de determinados héroes y dioses. Recordemos a la perfecta princesa Caribay que perseguía a las águilas blancas o a las Tuenkaron de los pemones, hermosas pero peligrosas sirenas que habitan el Orinoco.
Así que lo que está a la vista no necesita anteojos, el mundo entero nos ha reafirmado esa idea de beldad. En parte cedemos a la genética y a nuestros instintos primarios que nos indican, como flechas fluorescentes, que la belleza es una de las señales de la salud, así que tender a ciertas características nos garantiza una transmisión acertada de nuestros genes y, dada esta circunstancia biológica, la belleza es un bien deseable, al punto que hace a su portador el dueño de cierta influencia sobre los demás, con el único aliciente de una sonrisa.
Así en nuestro país, probablemente gracias a los concursos de belleza, miss esto y miss aquello, hemos alcanzado cierta “Denominación de Origen Controlado” de la hermosura, pero ¿a qué se debe esa “belleza” venezolana? Esto ha sido motivo de estudio para muchos. La mezcla de las razas es la causa más aceptada entre los expertos, sin embargo, no nos interesa en estas líneas concluir cómo se ha producido este fenómeno. Más bien quiero recordar a algunas mujeres que fueron conocidas a la largo de nuestra historia por su hermosura y cómo esta resultó ser de inspiración en determinadas épocas.
Las hermanas Aristigüieta (1755 – 1776)
Primas de El Libertador, las hermanas Aristigüieta fueron las mises del siglo XVIII. Eran las hijas de Miguel Jerez de Aristigüieta y Lovera y Josefa Blanco Herrera. Las nueve hermanas nacieron entre 1755 y 1776
Conocidas como “Las Aristigüieta”, de haber existido páginas de sociales en el siglo XVIII o la Revista Hola, ellas hubieran sido las favoritas de los paparazzi.
Para finales del S. XVIII los mantuanos luchaban por ser un cuerpo de nobles, aun sin títulos, lo que llevó a importantes enfrentamientos entre los españoles y los blancos criollos (los mantuanos), pues los españoles se sentían desacreditados por los mantuanos que les negaban ocupar determinados cargos, alegando entre otras razones que ellos, los mantuanos, estaban casados con mujeres principales, es decir, mantuanas como las hermanas Aristigüieta.
Así veremos que María de las Mercedes (Merced) 1755, María Begoña (Begoña) 1760, y Francisca Fulgencia (Francisca o Panchita) 1762, se casaron el mismo día con tres hermanos Pedro, Juan y Pedro Martín Iriarte; Rosa María de Jesús (Rosa) 1757 se casó con José de Castro y Araoz; Teresa de Jesús (Teresa) 1763 contrajo matrimonio en 1787 con Antonio Soublette y Piar, padre del general Carlos Soublette, y en una vida turbulenta fue secuestrada por los realistas. Es además suegra de Julián Santamaría, ancestro de Arturo Uslar Pietri. Por su parte María Belén (Belén) 1765, fue madre soltera de José Félix Blanco, y además la esposa de Joaquín Pérez y Narvarte; Josefa María (Josefa) 1771 se casó con su primo Antonio Palacios y Jerez de Aristigüieta; María Antonia Petronila (Antonia) 1774 se unió en matrimonio con Bernardo Blanco Strickland y fue la abuela de Antonio Guzmán Blanco; mientras que la menor, Manuela Josefa (Manuela) 1776 contrajo nupcias con Miguel de Zárraga y Caro, un dominicano.
Consideremos que dadas las posibilidades para las damas en el siglo XVIII, las hermanas Aristigüieta fueron más que exitosas. No obstante el estrellato de las nuevas musas, como las llamó Felipe Francia, fue entre 1783-1790, época en las que todas vivían en Caracas y sus edades oscilaban entre los 15 y los 30 años. Probablemente su fama no se deba sólo a una belleza que no conocemos sino también a su “pureza de sangre”. También es lógico considerar que es probable que hayan sido hábiles en el trato social y cultural, consideremos que la Escuela de Música de Chacao estaba en pleno apogeo y los pintores rivalizaban para exponer en la Casa Real del Amparo.
Teresa Carreño (1853-1917)
No se puede negar, o ni siquiera poner en duda, el talento musical de Teresa Carreño. Su prodigio deslumbró al mundo de su época pues, como señalaron sus contemporáneos, “reunía el doble encanto de la belleza y el genio”, un genio palpable para todos. Compuso más de cuarenta obras para piano, así como obras para coro y orquesta y música de cámara. Es famoso su “Himno a Bolívar”. Nacida en Caracas en 1863 obtuvo fama internacional, contrajo matrimonio cuatro veces y su talento parecía opacar a su hermosura. Murió en 1917, siendo siempre su propia musa.
Teresa Carreño, Chopin Ballade No. 1, 1905
Teresa de la Parra (1889-1936)
Si alguna autora pudo abarcar la situación de la mujer venezolana en el principio del siglo XX fue Teresa de la Parra. Sus obras Diario de una señorita que se fastidiaba y Las memorias de Mamá Blanca son la elocuente mirada sobre una época convulsa y azarosa. Aun cuando nació en París, en la Av. Wagram en 1889, su espíritu era profundamente venezolanista. Fue amiga y confidente de un importante grupo de intelectuales en el exterior. En las palabras de Arturo Uslar Pietri: “Era imposible no sentirse atraído hacia aquella mujer cultivada, llena de gracia y equilibrio. El óvalo de la cara, la nariz irreprochable, los ojos de un verdor indefinible, el ritmo natural de sus movimientos y el tono inolvidable de su voz hacían casi una obra de arte”. Se construyó a sí misma como escritora y como ser humano, determinada a representar para sí algo más que su época. En 1936 murió de tuberculosis junto a la que fue su pareja, la cubana Lydia Cabrera.
Carmen Elena de las Casas (1900-1976)
Conocida entre los lectores y fanáticos de la poesía porque José Antonio Ramos Sucre le dedicó su libro Las formas del fuego, Carmen Elena de las Casas nació en abril de 1900. Sus abuelos eran famosos por luchar en las Guerras de la Independencia y la Guerra Federal. Fue considerada “la mujer más bella de Caracas”, como lo señala Miguel Otero Silva en uno de sus artículos. Inclinada a la belleza era asidua al Círculo de Bellas Artes y amiga de los poetas de la generación del 18, lo que ha llevado a especular acerca de si Ramos Sucre y el pintor Antonio Edmundo Monsanto estaban enamorados de la joven.
Carmen Elena o Helena fue grabadora, productora cultural y sobre todo decoradora. Según su sobrina Diana Zuloaga, era una mujer pragmática y racional, organizó en Caracas una exposición de André Lhote que fue su mentor y maestro en París, y tuvo una destacada participaron en la Exposición Mundial de Barcelona de 1929. Asimismo la conocida casa francesa Lahalle y Lerard se asoció con ella convirtiéndose con el tiempo en Lahalle, Lerard, Las Casas.
Importante exponente del Art-Deco en nuestro país fundó la tienda MAD, especializada en diseño junto con su colaborador el arquitecto Gustavo Wallis Legórburu, con quien trabajó en la reconstrucción del Teatro Principal encargándose de las decoraciones del lugar, hoy en día pueden disfrutarse el exquisito gusto de esta venezolana al noroeste de la Plaza Bolívar de Caracas. Murió en Caracas en 1976.