Aunque la humanidad transita la segunda década del Siglo XXI, con todo lo que eso implica en materia de desarrollo tecnológico aplicado al área de las comunicaciones, Venezuela camina por una senda distinta.
En el país la restricción informativa es una estrategia oficial, que se agrava al mezclarse con la censura y el silencio informativo de los medios de comunicación tradicionales, con la impericia y el poco rigor que abunda en los medios emergentes, más la poca responsabilidad y el afán de protagonismo de muchas individualidades que han encontrado en las redes sociales sus cinco minutos de fama.
La máxima que indica que “la información es poder” podría ser la explicación de las razones por las cuales muchos reenvían un audio sin verificación alguna de su veracidad o publican fotos recibidas en su celular de una fuente totalmente desconocida.
Pero lo grave de esta situación es el deterioro en la capacidad para discernir que se evidencia en buena parte de la población, de todos los estratos sociales, ante la lluvia de datos, cifras y supuestos testimonios que corren indiscriminadamente en los mensajes telefónicos, en los chats y en Twitter y demás.
El deterioro no se percibe sólo a la hora de poder discriminar, incluso haciendo uso del sentido común básico, entre informaciones que pueden tener algo de veracidad y las que no, sino que se ha extendido a una forma irracional de compartir y multiplicar compulsivamente este alud de datos que juegan perversamente un rol en la estrategia de desinformación, llegando a comprometer la identidad y el rostro de personas de las que poco o nada se sabe dentro de una manipulación que nos supera como ciudadanos.
La tecnología disponible debe ser usada con racionalidad para proveernos de la información que buena parte de los medios de comunicación están restringiendo. Urge una actitud responsable a la hora de documentar lo que ciertamente ocurre, las marchas, las protestas, la represión, la violación de los derechos humanos y el vandalismo inexplicable. La información sólo se convierte en poder cuando se puede decantar, ordenar, entender y analizar con criterio, de resto es basura que se acumula en los chats de los teléfonos y en los ríos de Twitter, ahogándonos como sociedad en la madeja de mentiras con la que transitamos a ciegas estos tiempos tan complejos.