Cuando escuchamos la palabra libertad, muchas imágenes vienen a nuestra mente. Puede que a algunos nos llegue la alusión latina de su noción que se define por su contrario, es decir, la esclavitud; a otros nos vendrán a la mente palabras como independencia, emancipación y a los demás nos asaltará la idea de la guerra y de la opresión. Todas estas son ideas de libertad, pero qué realmente decimos cuando decimos libertad, a qué nos referimos.
Es posible considerar la libertad de muchas formas aunque en general la entendemos como nuestra capacidad de obrar por propia voluntad, no obstante esta capacidad de obrar encierra en sí otras muchas interrogantes: ¿dónde obrar, para qué, en razón o de qué? y si consideramos la propia voluntad tendríamos que preguntarnos cuánta de esa voluntad es realmente propia.
Nos interesa en este artículo tratar de contestar estas preguntas desde la mirada de Simón Bolívar puesto que por alguna parte tenemos que empezar a revisar nuestro concepto como nación, para juzgar “libremente” en dónde estamos.
Comprendamos entonces que la libertad es un ejercicio que determina y capacita a los seres humanos para ejercer su voluntad. Este ejercicio para Bolívar es posible ejercerlo exteriormente, es decir, es resultado de la civilización, pero sólo es posible mantenerlo por medio de una vida interior: el ejercicio de las virtudes. Encontramos que la libertad es tanto una necesidad moral y psicológica como una necesidad de la sociedad.
El problema de la Libertad
La libertad se presenta entonces como un problema, un cuestionamiento que debe ser atendido desde el hombre para que pueda llegar al común, esto solo ocurre si los ciudadanos se encuentran cohesionados en la búsqueda y mantenimiento de esa libertad civil. Si bien, el esclavo es aquel que no puede ejercer su libertad es preciso comprender que esa esclavitud es para Bolívar la de aquel que no puede ejercer sus garantías civiles y se encuentra en un estado de dependencia ante quien las ejerce por él. Sin embargo, es preciso tener en cuenta que aquel que está sometido al imperio de otro debe, en un acto de voluntad, desear acabar con ese sometimiento, puesto que el que impone su voluntad sobre otro lo hace porque este se lo permite a cambio de otra cosa (como puede ser el derecho a la vida) y proviene de la propia conciencia o espíritu y el aprecio que esta tenga hacia ella.
Jean-Jacques Rousseau
Así la libertad civil la aseguran los ciudadanos por medio del establecimiento de leyes inflexibles y rigurosas que garanticen los derechos ciudadanos. Bolívar, probablemente apoyado en el pensamiento de Jean-Jacques Rousseau, considera que estas leyes deben estar adaptadas a las características físicas del lugar en el que se habita, respetando las formas de vida ya establecidas; pero moderando los defectos propios, como la ambición, como indica en el Discurso de Angostura: “Para formar un gobierno estable se requiere la base de un espíritu nacional, que tenga por objeto una inclinación uniforme hacia dos puntos capitales: moderar la voluntad general y limitar la autoridad pública”. De esta manera Bolívar parece comprender la libertad individual desde el concepto kantiano planteado en La crítica de la razón pura, donde se afirma que la libertad es la “legislación de la razón” por medio de la cual se instituye el respeto a las leyes, y este respeto no se produce por un sometimiento involuntario, sino por el apego a la razón de los individuos.
Immanuel Kant
Este apego a las leyes desde la razón avala la seguridad personal, que es entendida como el fin de la sociedad, fin que solo puede ser obtenido por medio de garantías como el derecho a la propiedad, a la vida, el honor, el mantenimiento de la autonomía entre los poderes, y la igualdad de los ciudadanos ante la ley. Esta necesidad la repite Bolívar en casi todos los discursos que ofrece a los legisladores. La justicia se torna en una actividad necesaria para esa manutención, realizando una relación simbiótica con la libertad.
Puesto que la libertad permite el desarrollo de las capacidades individuales y económicas, se le otorga un valor superior al de la vida y es entendida como indica en el Discurso de Instalación del Gobierno de las Provincias de Bogotá como “único objeto digno del sacrificio de la vida de los hombres”. Comprendemos que Bolívar solo considera vida a aquella en la que el ser humano goza de su arbitrio, es decir, se realiza como persona, lo que conduce a la necesidad de protegerla por encima de todo, incluso es la justificación de cualquier acción que se tome en nombre de ella: “españoles y canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de la américa”, reza el Decreto de Guerra a Muerte.
Podemos abrir la puerta para reflexionar sobre el apego al liberalismo del Libertador al considerar al hombre responsable de su libertad individual, por lo que es necesario separar los poderes del Estado y de la Iglesia garantizando la igualdad ante la ley y moderando la actitud de los gobernantes. La libertad ata a los que la gozan, no obstante, este lazo solo puede conseguirse desde la libertad individual, que se realiza por medio del respeto a la ley. De esta forma el pensamiento bolivariano se aleja de Rousseau, puesto que supone que la única forma de mantener la libertad es cohesionados en sociedad. Bolívar se aleja del liberalismo tradicional al considerar que la política y la moral van atadas, entendiendo como moral la práctica de las virtudes. Si bien Bolívar conoce las imperfecciones de los gobernantes en algunos momentos idealiza a esos gobernantes, considerando que una vez educados escogerán lo correcto, lo que desde la libertad individual contribuiría al mantenimiento de la libertad sostenida sobre el beneficio propio: si yo mantengo un Estado virtuoso este sostendrá asimismo a los hombres virtuosos y viceversa.
Así el verdadero problema de la libertad es que demanda la edificación de cierto orden moral, que va a fundamentarse en una educación con bases en la virtud que fortalezca a los individuos para su manejo. No es la libertad la que permite al hombre hacer lo que desee, puesto que la libertad no es desmedida o arbitrariedad, sino un control interior que conduce al bienestar. Así, apegado al razonamiento aristotélico, le dice a Guillermo White en 1820: “Si hay alguna violencia justa, es aquella que se emplea en hacer a los hombres buenos y, por consiguiente, felices”, esa violencia no es otra que una educación que fortalezca el ejercicio de la voluntad y permita la adopción de un arbitrio fuerte capaz de tomar decisiones correctas para sí y para el colectivo, sin la fuerza de esa voluntad es simple que los ciudadanos pierdan la libertad.