Hablar de instituciones es hablar de bases sobre las cuales se edifica, de columnas que sostienen, de principios que llevan de la mano a las sociedades. Restarle importancia al estado de estos cimientos es tan peligroso como desatender la situación de una infraestructura básica, como un puente, pero con niveles aún más elevados de riesgo para todos.
La humanidad ha ido organizándose a lo largo de su trajinar y las instituciones son referentes de este camino, al punto de que llegan a convertirse en ejes fundamentales de un Estado y, en consecuencia, de quienes lo componen, es decir, de todos sus ciudadanos.
Así, las instituciones de Estado -en la mayor parte de los casos- son órganos constitucionales consagrados al logro de los beneficios comunes.
El componente humano, determinante en la formación de las instituciones lo es también para su desintegración o degradación. El descrédito con el que hoy viven muchas instituciones de larga tradición social es una prueba de esto y a la vez una alerta constante de la necesaria revisión de las bases sobre las que la sociedad ha levantado su casa.