… En un país con este grave proceso inflacionario es preciso que el ciudadano conozca los factores que le echan gasolina a los precios y que terminan por comerse su salario.
Con el Gobierno de Nicolás Maduro se volvió una constante que el Banco Central de Venezuela, un ente que debe ser autónomo porque así lo establecen las leyes, dejara de divulgar cifras sobre el desenvolvimiento de la economía venezolana.
Aunque para muchos este hecho puede lucir como un tecnicismo, en realidad se trata de una violación a las normas, al derecho ciudadano a estar informados y un freno a la planificación económica básica para cualquiera que, con seriedad y responsabilidad, se maneja con presupuestos ya sea en su hogar o en su negocio.
Fuente: BCV
Una de las muchas cifras que el BCV ha dejado de informar con regularidad mensual es la inflación. De hecho, el último dato disponible corresponde al cierre de 2014 (68,5%), y fue divulgado el 13 de febrero pasado. La razón de estas omisiones podría encontrarse en el hecho de que casi todos los economistas coinciden en señalar que en 2015 la inflación cerrará sobre 100%.
El efecto más directo del crecimiento acelerado de los precios es que se come la capacidad adquisitiva del dinero, es decir, de los ingresos de las personas. No en vano durante los dos años de Gobierno de Nicolás Maduro han sido decretados aumentos del salario mínimo en siete oportunidades.
En un país con este grave proceso inflacionario es preciso que el ciudadano conozca los factores que le echan gasolina a los precios y que terminan por comerse su salario.
Lo primero. El BCV define la inflación como un “fenómeno caracterizado por el aumento continuo y generalizado de los precios de bienes y servicios que se comercializan en la economía”. Aunque pocos manejan el concepto, actualmente en Venezuela todos conocen bien lo que significa acudir al mercado y semanalmente encontrar el mismo producto con un precio superior. Pero ¿por qué?
A veces al Gobierno no le cuadran las cuentas, es decir, gasta más de lo que le ingresa y en lugar de buscar mecanismos para rebajar sus egresos o para optimizar el uso de los recursos que lleva en el bolsillo comienza a recurrir a ciertos mecanismos para cerrar esa brecha fiscal como, por ejemplo, el endeudamiento o, mucho más perverso aún, “imprime” billetes sin respaldo, generalmente a favor de Pdvsa.
En esencia esta política lo que ha hecho es permitir coyunturalmente el manejo de la situación, pero en un claro desequilibrio con la realidad del mercado, lo que termina echando por tierra el valor de la moneda y encareciéndolo todo. En el caso particular de Venezuela vale recordar que nueve de cada diez dólares que ingresan a la economía provienen del petróleo y son esos dólares los que termina cambiando el Banco Central por los bolívares que se emplean en el país. Pero ha circulado un volumen mayor de billetes del que realmente corresponde, porque durante años el Gobierno venezolano ha buscado mantener su ritmo de gastos más por una “lógica” política, signada por constantes procesos electorales y fuertes erogaciones del Estado en campañas y “planes sociales”, que a un razonamiento económico de cara a enfrentar el problema y a evitar males mayores.
Venezuela ha experimentado desde 2007 un creciente desabastecimiento de bienes de toda índole y un descenso en la actividad productiva, en un contexto de controles de cambio y de precios, así como de múltiples expropiaciones y de severos esquemas de fiscalización a las empresas. Así que el dinero circula, pero cada día es menos lo que se puede comprar con él.
Aun cuando la política económica del Gobierno venezolano ha estado enfocada en desconocer las reglas básicas del mercado, éstas hacen su aparición de manera inevitable, porque las circunstancias así lo determinan: los precios de un bien o servicio siempre subirán si la demanda crece mientras la oferta se contrae. “Nada más caro que lo que no se consigue”, suelen decir.
A la par, el Gobierno mantiene tipos de cambio irreales, más recientemente de 6,30 bolívares por dólar y de unos 12 bolívares por dólar, que terminaron por convertirse en un imán para quienes acumulaban un montón de bolívares con poco poder de compra dentro del país y que se volverían de utilería en corto plazo. Obviamente en este proceso a nadie le resultaba atractivo acercarse a cambiar un dólar a la paridad oficial para “perder” en bolívares y, por lo tanto, el desbalance seguía profundizándose.
Lo ideal es que exista una relación relativamente equilibrada entre los ingresos reales de la economía y los bolívares que circulan en la calle. Esto, que ya no ocurría, se ha agravado con la contracción de los ingresos de la nación a la mitad debido al descenso del precio del petróleo.
Así, cada vez menos dólares -que administra el Estado- son asignados a los importadores para que puedan comprar en el exterior los bienes terminados, las materias primas o las maquinarias y repuestos que requieren para trabajar, con lo cual el aparato productivo nacional se ha venido paralizando progresivamente. Es decir, se profundizan las causas de la escasez.
En ese mismo contexto se queman reservas internacionales y el margen de maniobra del Estado para realmente apoyar una real estrategia de reactivación económica que sea muy distinta de la política que ha venido aplicando sin éxito en los últimos años.