La “lumperización masificada” como medio de consolidación de la oclocracia en Venezuela
No resulta sensato, a estas alturas de la evolución de “revolución bolivariana”, considerar que lo que ocurre ahora en Venezuela sea sólo el resultado de la suma de un conjunto de cuestionables decisiones, como si las decisiones que nos han conducido a la situación actual estuvieran desvinculadas entre sí, como si no hubiera detrás de ellas un plan.
No me atrevería a sugerir la existencia de una especie de plan maestro que se ha venido ejecutando al pie de la letra; pero, sin duda, debe concederse que ha habido claridad en el objetivo: la “lumperización masificada” de otrora uno de los países con mayores expectativas de desarrollo en la región.
Y este proceso resulta interesante, más allá del análisis de sus terribles consecuencias expresadas en la actual crisis humanitaria que padece el pueblo venezolano, porque su inicio marca un punto de quiebre con los ideales jurados a la sombra del Samán de Güere. A la luz de aquellos ideales, el lumpenproletariat, en línea con el pensamiento marxista, era un óbice para la emancipación del pueblo; despertar en él una conciencia de clase era fundamental para lograr avanzar, entonces, las premisas de la revolución bolivariana. Con ese propósito, el chavismo buscó exacerbar con éxito el resentimiento, hasta convertir el revanchismo social en un leiv motiv.
Pero el chavismo carecía, como aún hoy día, de claridad ideológica. Sin ella, resultaba en extremo complicada la transformación de las instituciones; las cuales habrían de desechar los valores propios del Estado burgués y reemplazarlos por unos valores que aún no se definían, justamente por la escasa claridad ideológica que le arropaba. Sin un propósito claro, las pobremente esbozadas y “adoptadas” misiones y visiones institucionales flaquearon ante el apetito voraz de un régimen controlado por una clase gobernante sin respeto por la democracia.
Esa clase desnaturalizó el interés general y logró instituir un sistema en el que sólo se reflejaban los intereses de un grupo particular, el cual circunstancialmente podría considerarse que representaba a la mayoría, pero definitivamente no a la población en general. Esto ya era suficientemente malo, pero la situación empeoró cuando la clase gobernante y sus acólitos hicieron del delito un medio de vida para el enriquecimiento personal desmesurado. A partir de entonces, despertar la conciencia de clase en los individuos de la “clase inferior” dejó de ser un objetivo. Como el nuevo opresor que reemplaza a la “oligarquía”, la nueva clase gobernante ve utilidad en aprovechar la naturaleza reaccionaria que la ignorancia del potencial revolucionario para transformar su circunstancia comparten los integrantes del lumpenproletariat.
El chavismo impulsa la “lumperización” en Venezuela consciente de que el interés personal sin consideración de lo social que caracteriza a esta “clase inferior” le hacen presa fácil del discurso demagógico y le vuelven fuerza de contención contra los movimientos sociales que demandan un cambio y que son etiquetados por la clase gobernante como contrarrevolucionarios.