El diálogo es un proceso de construcción de consensos que permite en escenarios de gran polarización, como el que atraviesa Venezuela, acercar posiciones que hagan viable la convivencia entre grupos sociales limitada por el conflicto. Lo primordial del diálogo en estos escenarios es la construcción de espacios de paz para el normal desenvolvimiento de la vida ciudadana. Para ello, es menester la identificación de las partes en conflicto, la construcción de una agenda de temas prioritarios para las partes, la selección (no siempre necesaria) de un mediador y una manifestación de compromiso de las partes de someterse a los acuerdos preparatorios, parciales, sectoriales y finales a los que se arribare.
En el caso venezolano, el diálogo se viene viendo comprometido, en mayor medida, por una agenda que profundiza las divisiones a lo interno de las partes y la incapacidad de estas de someterse a los acuerdos toda vez que las divisiones internas se ven profundizadas; y en una medida menor, por la selección del mediador.
Las partes fueron identificadas como “gobierno” y “oposición” como si ambos fueran actores homogéneos. Fuera del interés de unos en preservar el status quo tanto como se pueda o al menos hasta el 2019 y de los otros por producir un cambio en la conducción del Estado en lo inmediato; ambas partes distan mucho de ser actores monolíticos y han probado ser incapaces de someterse a los acuerdos que se alcanzan en las mesas. Las acusadas diferencias entre las facciones internas de una y otra parte hacen imposible tal sometimiento, lo cual es agravado por la agenda acordada. Las facciones internas, en cada una de ellas, tienen visiones encontradas respecto a muchos temas y a la prioridad que estos deberían tener dentro de la agenda; para algunas de ellas, habría temas en la agenda que no debieron estar por considerarlos pre-requisitos necesarios para el mismo diálogo. Así, la agenda no hizo más que profundizar la diferencia de visiones a lo interno de cada parte, en particular de una de ellas la cual ha visto debilitada “innecesariamente” su posición negociadora.
Por otra parte, aun reconociendo que no era posible ni viable una agenda que se concentrara sólo en los elementos centrales que enfrentaban a las partes en conflicto y en la necesidad de volver una negociación suma-cero en una negociación suma-variable, donde cada una de las partes recibiera algo a cambio de las concesiones realizadas; esta nunca debió llegar al punto de desdibujar los elementos de cohesión de al menos una las partes con respecto a sus actores internos. Este hecho está haciendo del diálogo un proceso de negociación multinivel que sólo beneficia a una de las partes, aquella que necesita ganar tiempo y un poco de oxígeno político, a la vez que debilita a la parte contraria ya que sus facciones internas no coinciden en la misma apreciación del factor tiempo: lo que para unas es perentorio para otras no lo es tanto. En esta línea, es importante señalar que un elemento central en el análisis del proceso de diálogo en Venezuela es el correspondiente a los actores o interlocutores de las partes. Usualmente este es un elemento adjetivo a la identificación de las partes, aunque hay quienes difieren con alguna razón de este enfoque. Identificadas las partes, la selección del interlocutor o interlocutores se aprecia como un proceso dominado por las capacidades. El interlocutor o interlocutores deben gozar de la confianza y el respeto de la parte que les nomina, ser capaces de comunicar las aspiraciones de su “parte” e interpretar adecuadamente los intereses esenciales de ella, identificar puntos de encuentro con la otra parte y generar cohesión a lo interno de la parte que representan. En el caso venezolano pareciera que nada o poco de ello se cumple.
Resta entonces realizar una aproximación al rol del mediador, cuya actuación es preponderante en el curso del proceso. Su imparcialidad, nunca comprometida, no debe ser interpretada como indiferente a las posiciones de las partes o a, lo que podríamos denominar, su propio propósito natural. La oposición convocó el involucramiento del Vaticano sin necesariamente conocer la interpretación que este tenía de la realidad venezolana, de las partes y de la interacción entre ellas. A manera de reflexión, valga decir que una crisis política no posee el mismo cariz de una crisis humanitaria y la apreciación que de ellas haga el Vaticano o la OEA no serán coincidentes, entre otras razones, por el propósito natural que singulariza a cada una de estas instituciones. Lo determinante en la racionalidad del actor seleccionado: una crisis humanitaria no necesariamente se supera a través de un cambio de régimen.
Finalmente, es justo concluir que el diálogo resultaba necesario, al menos para el gobierno, a los fines de lograr bajar las presiones internacionales y obtener oxígeno. Así el gobierno logró lo propio. ¿Qué logró la oposición? Está por conocerse, probablemente nada. Corolario: no hace daño repasar la historia y aprender de los errores aunque no sean propios.