María Josepha de los Ángeles. Una monja poeta en el Siglo XVIII venezolano
La vida de cualquier monja suele pasar desapercibida y es que de alguna forma de eso se trata. Una monja, como su nombre lo indica (μοναχός: Solitario / μόνος: uno) es una persona que decide vivir en la soledad, por lo tanto, se supone que no busca seguidores como nosotros hoy en el twitter o en facebook, ni siquiera busca ser recordado, sin embargo, gracias a la temeridad humana algunas monjas son recordadas a pesar de que pasen muchos siglos, y su recuerdo se mantiene gracias a las obras que realizaron como es el caso de Catalina Erauso y Pérez Galarraga (la monja alférez) o de Teresa de Calcuta, o a los libros que escribieron como Hildegarda Von Bingen o Santa Teresa de Ávila.
En nuestro caso, nos atañe Venezuela, que tiene su pequeña lista de monjas fundadoras como la Madre Candelaria o la Madre María de San José, ahora bien, nuestra historia es una historia antigua y corresponde al siglo XVIII venezolano y nuestra monja es Sor Maria Josepha de los Ángeles.
María Josepha Damiana Paz y Castillo Padrón, nació el 26 de septiembre de 1765 en Nuestra Señora del Rosario de Baruta. En ese tiempo Baruta era una población apartada de Caracas. Su padre, el canario don Blas Francisco Paz y Castillo, fue Procurador General y Alcalde Ordinario del Cabildo; y su madre, doña Juana Isabel Díaz Padrón sólo es conocida por haber sido madre de cinco varones, que participarían en las batallas contra los realistas, y de dos niñas.
María Josepha deseaba ser monja carmelita de clausura desde muy joven. La carta de solicitud de ingreso al monasterio de las Carmelitas de Caracas indica que María Josepha había solicitado su ingreso a los 16 años de edad, tiempo en el que es descrita por Calcaño como una joven “que brillaba en los salones a causa de su belleza” y su agudeza; su confesor y director espiritual la describe como una joven modesta y piadosa.
La entrada al monasterio de Carmelitas de Caracas se concretará nueve años después en abril de 1791 a los 25 años. Su entrada se debió al fallecimiento de Sor Ursula de Santa Gertrudis, las normas de las religiosas del Carmelo señalan que sólo pueden convivir 21 religiosas en el monasterio por lo que sólo puede entrar alguna aspirante cuando una religiosa muere. entró y tomó el nombre de Sor María Josepha de los Ángeles; sus votos los realizó al año siguiente, en 1792.
De la carmelita se conservan dos poemas sin fecha:
“Anhelo” propone el mismo tema que algunos poemas de Teresa de Jesús escritos en 1571, como: “Muero porque no muero” o “Ayes del destierro”. En el poema la venezolana se plantea el problema del alma como atrapada en el cuerpo, detalla el sufrimiento del alma contemplativa ante la espera de la vida eterna y coloca su esperanza en la muerte misma, que es la única que puede unir el alma con Dios.
“El Terremoto” podría ser considerado como una crónica-poética sobre el terremoto del Jueves Santo del 26 de marzo de 1812. El poema está compuesto por 224 versos y puede insertarse en lo que Juan Uribe Echevarría llamaría poesía barroca de catástrofes. El poema debió ser escrito como ejercicio personal o de recreación como es costumbre entre las carmelitas.
Podemos dividir el poema en cuatro partes
Introducción a la catástrofe (v. 1 al 12)
Impacto del terremoto en la población de la ciudad (v. 13 al 70)
Impacto del terremoto para las religiosas (v. 71 al 224)
Aceptación del hecho (v. 71 al 107)
Traslado al monasterio provisional (descripción) (v. 108 al 144)
Cumplimiento de la regla en el monasterio provisional (v. 145 al 212)
Epilogo del poema (v. 213-224)
María Josepha de los Ángeles no se detiene en el poema en la sensación del terremoto mismo, sino que recurre al poema para, desde la tragedia, expresar su pensamiento dentro del y sobre el desastre.
El terremoto es una excusa para presentar a la humanidad sumida en la tristeza y la desolación de la tragedia y sobre todo en las consecuencias que la tragedia presenta para el hombre.
Poco se sabe de la muerte de Sor María Josepha de los Ángeles como corresponde a las religiosas de clausura, no obstante una pequeña investigación nos indica que su fallecimiento se ubica entre 1834 y 1837, fecha en la que desaparece de las nóminas de elección de priora.
El poeta Fernando Paz Castillo, familiar de nuestra religiosa realiza una pequeña referencia de ella en la que señala: “Su vida al parecer tuvo muchos sinsabores, propios de la época, si bien en los años juveniles la celebró la fama por sus dotes intelectuales y gozó de la distinción de sus allegados en la pequeña, discreta y elegante sociedad de la colonial”, y añade: “Entre los vagos recuerdos de la niñez, tengo el de un retrato suyo. Pertenecía a uno de los parientes, y a mí me atraía por la atmósfera de misterio que rodeaba la figura de la monja poeta”.
Sus poemas se conservaron gracias a la antología El Parnaso Venezolano de Julio Calcaño publicado en 1892 donde recoge el poema “Anhelo” y la antología Orígenes de la poesía colonial venezolana de Mauro Páez Pumar en donde se recoge el poema “El Terremoto”.
Poemas
Anhelo
Josepha María Paz del Castillo
Es mi gloria mi esperanza,
es mi vida mi tormento,
pues muero de lo que vivo
y vivo de lo que espero.
Espero gozar mi vida
en la muerte que padezco,
en cada instante que vivo
un siglo forma el deseo.
Deseo morirme y, cuando
efecto juzgo mi afecto,
la muerte traidora huye
para dejarme muriendo.
.Muriendo vivo y me aqueja
el dolor de no haber muerto,
que, ausente del bien que adoro,
ni salud ni vida quiero.
Quiero en las aras de amor
sacrificar mis alientos,
y como el vital no rindo,
por rendirlo, desfallezco.
Desfallezco, gimo, y lloro,
y, triste tórtola, peno,
siendo tristes mis arrullos
índice de mi tormento.
Tormento que me reduce
a llegar a tal extremo,
que, sin admitir alivio,
lágrimas son mi sustento.
El Terremoto
Josepha María Paz del Castillo
Una triste carmelita
de corazón ajetreado
discurre de aquesta suerte
para distraerse en algo.
Qué tristes son los asuntos
que se nos han presentado
en el discurso de un año
al pie del Monte Calvario.
Ellos han sido capaces
de que una muda así hable,
pues creo que hasta las bestias
hablaran, si fuera dable.
En el veinte y seis de marzo
la tierra se estremeció,
de mis ochocientos doce;
¡qué espanto, qué admiración!
Todos los templos se vieron
destruidos: ¡qué confusión!
¡Los templos que en este día
es toda nuestra atención!
La Majestad, que allí expuesta
con magnificencia estaba,
se vio en este momento
en la tierra sepultada.
Muchos días se pasaron
y creo que aún semanas
sin poderse descubrir,
por diligencias que se hagan.
Ha sido crecido el número
de los que allí sepultados
se vieron entre las ruinas
en este momento juzgados.
Los templos, calles y casas
y toda nuestra ciudad
cementerios se volvieron
por los que allí sepultados
en este día se vieron.
No se oyen más que lamentos
en la hermosa Venezuela,
y solo por ser cristiano
este golpe resistieron.
Así es que no se oye
entre sus tristes querellas,
sino una conformidad
que enternecerá las piedras.
La Justicia determina,
para preservar los vivos,
que unas hogueras se formen
para quemar los difuntos
que estaban entre las ruinas.
¡Oh, qué campo tan abierto
nos queda a los que esto vimos
del mundo y todas sus cosas
pues no pueden subsistirnos!
Se vieron muchas señoras
de las que el mundo seguían
ataviadas y compuestas
en los escombros metidas.
Como se iban descubriendo
los perros se las comían
y tiraban de sus carnes
por el hambre que tenían.
Las gentes apresuradas,
a libertarse salían,
y los campos se poblaron
de los pocos que existían.
A las cuatro de la tarde
este espanto sucedió
y el convento en el momento
se volvió lamentación.
A las veinte y cuatro horas
fuimos de él arrojadas
por un recado fingido
que dio uno de los guardas.
¡Oh, Dios qué confusión ésta
para las monjas del Carmen
sin pensar las de sus prójimos
en fin en la calle se hallan!
Sin haberes, sin destino,
ni sin en dónde alojarse
salieron de su convento
poquito menos que a rastras
No sé si cuando veníamos
en cielo o en tierra estábamos,
pues era tanto el espanto,
que a discurrir no acertábamos.
La Priora, que por los años
ni andar puede sin trabajo,
en el medio de la calle
nos dice: “Yo estoy cansada;
ya yo no puedo seguir;
arrástrenme, se esto es dable,
o busquen quienes en hombros
me lleven a acompañarlas”
¡Qué apuración no sería
para estas pobres monjitas,
pues que ven que su Prelada
que la carguen necesita!
En fin, unos hombres ven
esta grande apuración
y nos ofrecen que ellos
la traerán entre los dos.
Una silla solicitan
y la cargaron entre ambos,
y nos preguntan en dónde
pasaremos entre tanto.
Ellos dicen que si gustan
que tienen unos solares,
que son los que poseemos
en el discurso de un año.
Entramos ya por las puertas
de nuestra nueva mansión
y salen a recibirnos
las bestias, ¡gracias a Dios!
En una caballeriza
nos dicen que nos sentemos
entre tanto discurrimos
que destino tomaremos;
mas como nosotras nada
pensar en ésto podemos,
porque como dicho está
ya discurrir no sabemos;
los amos de los solares
nos dicen que nos sentemos,
que un toldo que hemos traído
ellos ofrecen ponerlo.
Por los lados nos los cubren
con las cosas de sus tiendas
hasta que determinamos
nuestro destino formal,
porque ya la noche vino,
pues cuando esto sucedió
ya se estaba obscureciendo
y por eso nos ofrecen
que de aquí ya no pasemos.
Un mes entero estuvimos
en aqueste alojamiento
expuestas al sol y al agua
y a todo acontecimiento.
En fin, formaron caney
y ya convento tenemos
ya no hay porque afligirnos
en la aridez de este cerro.
Para que nada se quede
ni en enigmas ni en bosquejos,
empezaremos el mapa
del convento que tenemos.
Este sitio es tan ameno
y fértil en producir,
que fueron tantas las plagas
como ya voy a decir.
Clausura dicen que tengo
en el cerro del Calvario,
y entre tabla y tabla cabe
seña Chapona sentada.
Amarrada con cabuyas,
ni un poquitico delgada,
al pie de ésta está la reja
con su muchito candado.
Más arriba está el postigo,
la llave de mi tamaño;
éste dicen que es el torno,
que es lugar muy reservado.
Tendrá media vara de ancho
el señor Locuteriado,
y del otro lado quedan
las escuchas duplicadas.
La puerta del locutorio
es una grande frazada,
y la pieza que se sigue
es la cocina abreviada.
De allí se va al refectorio,
que de lienzo está rodeado
y aqueste es todo el convento
en que estamos enclaustradas.
La iglesia es de los seglares
pues tan ceñidas estamos,
que una misa y nada más
se nos dice reservada.
A esta iglesia sigue un coro
tan hermoso y tan cuadrado
que los santos contra el suelo
están en él muy colgados.
El nivel es tan hermoso
que cuando nos confesarnos
agarranos es preciso
para no desapartarnos
El rodar en él es fácil
y son tantos los pilares
que no sé como hay narices
entre las monjas del Carmen.
Las celdas son tan hermosas
tan unidas y arregladas,
que creo no estarán más
las tejas en el tejado.
Sus techos son tan hermosos
que aún en el suelo paradas
sin estirarnos tocamos
ese grande entapizado.
Pensando estoy cuando un día
todas juntitas andemos
por ser tantos los trabajos
para habernos de taparnos.
Los paramentos de iglesia,
imágenes y retablo,
en una cocina sucia
han venido por guardados.
Y los demás por el suelo,
de ratones muy rodeados,
ha sido más que milagro
él haberse conservado.
Este es el mapa, señores
del gran convento del Carmen
de descalzas recoletas
cercadas de cuatro tablas.
En medio de una sabana
al pie del monte Calvario,
registradas y patentes
como ya dicho se haya,
Qué edificio tan hermoso
y tan bien amurallado,
como lo manda la regla
de Alberto Magno copiada.
Bibliografía
Páez Pumar, Mauro; Orígenes de la poesía colonial venezolana, Concejo Municipal del Distrito Federal, Caracas, 1979.
Baralt, Rafael María, Resumen de la Historia de Venezuela, Imprenta de H. Fournier y com., Paris, 1841.
Archivo
Archivo Arquidiocesano de Caracas; Carmelitas; Cajas A1CONV, A11CONV, Caracas, Venezuela.