Tanto en el plano más personal como en la perspectiva global de una nación hay un elemento que permite canalizar esfuerzos hacia el logro de objetivos, más allá de los inevitables eventos fortuitos que nos signan: La planificación, sumada a la voluntad de cumplir lo propuesto, es determinante para alcanzar metas a lo largo del tiempo, aprovechando los recursos presentes de cara a un futuro que, por más que se imagine o prevenga, es incierto.
De allí que las personas suelan hacer el ejercicio de visualizarse en cinco años o en diez años más, a fin de determinar lo que quieren hacer en ese entonces, lo que buscan alcanzar como seres humanos y como ciudadanos aprovechando lo que atesoran en el momento y las posibilidades tanto propias como de su entorno.
Plano de Caracas, 1772, Juan Vicente de Bolívar y Ponte
Igualmente pasa con los países. Los planes de desarrollo suelen ser proyectos que sobrepasan a los protagonistas históricos del momento y que en verdad funcionan como una gran aleación de voluntades para lograr lo mejor para los habitantes de cara al futuro, sopesando lo que el mañana implica en términos de crecimiento poblacional y escasez de recursos, entre otras variables, para lo cual se hacen ahorros e inversiones consistentes.
Los países que han logrado cumplir sus planes, haciéndoles oportunamente las adecuaciones propias que el tiempo impone, han podido incorporarse a procesos de desarrollo que en algún momento pueden lucir moderados, pero sostenibles. Generalmente se trata de naciones con larga data histórica que, aunque no dejan de ser sorprendidas por la eventualidad, suelen sobreponerse y recomponerse con la vista puesta en lo planificado.
En muchas naciones jóvenes, como si de adolescentes se tratara, los días se viven de a uno a la vez. Factores de distinta índole se juntan para amasar esta situación, pero suelen repetirse ingredientes como el individualismo de los líderes, querellas entre organizaciones políticas y visiones de desarrollo incompatibles entre bandos con peso a nivel de gobierno.
Estos elementos, comprensibles en las coyunturas de cualquier nación, no pueden jamás servirles de excusa a quienes ejercen el poder para no ampliar y fortalecer las redes de salud, de educación y de infraestructura de un país, por decir lo mínimo, porque se han dedicado a concentrar todos los esfuerzos a su supervivencia política.
La vida de las naciones es mucho más amplia que la efímera existencia de sus ciudadanos y este hecho debería mover sus estrategias de planificación para el desarrollo.