Al hablar de responsabilidad es casi imposible dejar de pensar en ese mapa de líneas que se entrecruzan y conectan, donde la interacción cotidiana humana queda plasmada en situaciones de diversa índole e impacto.
La imagen de una tela de araña también puede servir para visualizar cómo se extiende el alcance de un solo individuo. Él, junto a otro, entreteje una tela aún más compleja y así con otra y otra y otra persona y con todas aquellas con las que se relacione a lo largo de su vida.
Litografía del Puente de Curamichate, Caracas; Compañía Shell de Venezuela.
Se trata de conexiones que en muchas ocasiones van más allá de la circunstancia del encuentro, a ese momento, al hecho en sí, que pueden ser gratas, tristes, determinantes, y que en esencia adquieren significado para cada uno de los participantes.
A una persona se le llama responsable porque está atenta a lo que hace y a lo que decide, porque reconoce que sus actos y decisiones implican consecuencias personales y para los demás, porque de alguna manera sabe que su existencia no es intrascendente.
En el entramado de la sociedad, donde realmente cada individuo genera cambios desde su acción o desde su inacción, la cualidad de responsable alcanza una dimensión que algunos se atreven a llamar histórica: el compromiso del individuo con aquello que él quizá no alcance a vivir, pero en lo que cree y que trata de construir desde su interacción con los demás.
Responsabilidad e interacción parecen ir de la mano aunque no siempre con la conciencia necesaria.