Alejandro Otero, Coloritmo 12 , 1956, Colección Patricia Phelps de Cisneros
El Tahuantinsuyu o acaso mal llamado imperio Inca comprendió los actuales países del Perú, Bolivia, Ecuador, hasta el río Ancasmayo en Colombia, el río Maule en Chile y el noroeste de Argentina. Esta mole territorial, “significó la síntesis del proceso cultural andino y una profunda transformación en la vida social y económica de los pueblos y culturas que se desarrollaron en ese extenso territorio”[1]. Para los incas el Tahuantinsuyu era el mundo entero: “son las Cuatro Direcciones Cardinales que parten de un núcleo central, Kosko, en este sentido ‘ombligo del mundo’. Suyu no es provincia ni región (…) sino los cuatro rumbos [Chichaysuyu, Antisuyu, Contisuyu y Collasuyu], los cuatro grandes surcos, por los cuales imponentemente avanzaba el Inca…”[2]. Luego de la invasión y conquista realizada por el acaso bien llamado imperio español, el Tahuantinsuyu pasó a ser Virreinato del Perú; y años más tarde, luego del 1700, dicen que por razones administrativas y por temor a una invasión inglesa (el otro imperio), de la que fuera gran “síntesis del proceso cultural andino” nacieron tres virreinatos: el del Río de la Plata, el de la Nueva Granada y el del Perú. En 1771 lo que hoy es Venezuela había alcanzado el poco orgulloso rango de Capitanía General.
Jesús Soto, Spiral, 1950, Colección Galería de Arte Nacional
Una o la más usual y conocida manera de conquistar y mantener un territorio es dividiendo; lo que fue uno pasa a ser tres, lo que fue tres pasa a ser seis, lo que fue seis doce y así sucesivamente. Asimismo, lo que fue una cultura pasa a ser tres, seis, doce y así sucesivas culturas. En otras palabras, lo que era un plan de integración pasa a ser otro de desmembramiento (el Inca Atahualpa fue muerto y desmembrado, por ejemplo); lo que era interacción y conocimiento recíprocos, desvinculación y olvido recíprocos. Y esa acción es tan firme y duradera, el olvido es tan largo y fuerte, que cualquiera otra tarea en sentido contrario sufre lo que podría ser denominado “síndrome del recelo” o “triunfo del estado evasivo”. Nos enseñaron a evadirnos y por siglos lo hemos hecho. Ejemplos sobran.
Aun hoy, con toda la tecnología y las autopistas de la información es más fácil saber lo que ocurre en Europa y EEUU (Londres, París, Berlín, New York y hasta Madrid) que lo que pasa en Santiago, La Paz, Quito, Lima, Montevideo. Sabemos del libro español pero no del ecuatoriano; del pintor inglés pero no del dominicano; del bailarín ruso pero no del haitiano; de la soprano rumana pero no de la venezolana; del tenor norteamericano pero no del argentino. Ese “síndrome del recelo”, ese “triunfo del estado evasivo” es el mayor triunfo de que podría hacer gala hoy (si acaso fuera el caso, que no lo es) el también desmembrado imperio español.
Quizás debamos volver la vista hacia nos-otros. Esto no significa renunciar al mundo como globalidad sino recuperar el nuestro.
Manuel Quintana Castillo, Proyecto Espacio Signo III, 1928.
Tal vez se imponga una búsqueda del mundo perdido. Quizás debamos volver la vista hacia nos-otros. Esto no significa renunciar al mundo como globalidad sino recuperar el nuestro. Querría saber qué pasa (en el aspecto cultural, digamos) en Bogotá, tan cercana y tan lejos. Me gustaría ir a Quito y que me inviten a ver, además de los sitios históricos de esa ciudad, la exposición de autores ecuatorianos que allí ocurre, el concierto de compositores nativos, el teatro de ese país. Igual si voy a Buenos Aires o a Lima o a La Paz o a Santiago o a São Paulo. Y más aún, si a esos países llegan a ir representantes culturales de otros. No niego la importancia de ver los Braque, Picasso, Munch que esos países puedan tener. Pero si llegan aquellos representantes o llego a Venezuela, cuánto agradeceríamos una visita a la Galería de Arte Nacional y cuánto más observar unas obras de Alejandro Otero, Manuel Quintana Castillo, Antonio Edmundo Monsanto, Jesús Soto o del siempre magnífico Armando Reverón.
[1]Sara Beatriz Guardia, Las mujeres peruanas el otro lado de la historia, 5ta. Edición, Lima, Perú, 2013, p. 37.
[2]Luis E. Valcárcel, Historia de la cultura antigua de Perú, Lima, 1949, p. 32.