Mucho se ha hablado sobre el rescate de nuestras raíces, de lo propio, de aquello que nos define, nuestra identidad. En algunas ocasiones esa voluntad es producto de un enfoque excluyente, nacido del resentimiento o la ignorancia, como si aquellos elementos que nos caracterizan se hubieran hecho tangibles de la nada o como por arte de magia.
Basta con hacer un recorrido por aquello que consideramos nuestra expresión artística para darse cuenta que muchas veces su origen o inspiración se encuentra en otra tierra.
Pensar que la transculturización es mala es solo caer en el mismo error y más grave aún negar la posibilidad de evolución del que da forma con sus manos a lo que dibuja en su mente.
El vals en Venezuela
Partitura del Vals Dama Antañona
Una prueba de lo antes expuesto es el vals venezolano, este género musical es un de las más populares y con más vigencia de nuestro país. Según algunos registros, llega a Venezuela en la primera mitad de siglo XIX logrando la aceptación inmediata del público de la época. El género se popularizó en los salones caraqueños a partir del 1830 para más tarde trasladarse a las ciudades más importantes del interior, a donde los pianos, instrumento íntimamente ligado al vals, se trasladaban a lomo de mula.
Más adelante, y debido a su popularidad, el habitante del campo no tardó en copiar lo que se escuchaba y bailaba en los salones, solo que este a falta de piano uso violín o mandolina y nuevas combinaciones rítmicas que dieron origen al vals venezolano que con el tiempo fue creciendo y madurando en su propio estilo.
En ese proceso de maduración hubo intérpretes y compositores que siguieron fiel al estilo europeo pero con letras nacidas aquí, también se escucharon valses de la autoría de Strauss, Schubert o Chopin a la manera venezolana, demostrando que la transculturización es una oportunidad para seguir creciendo y evolucionando lo importante es no dejar perder lo que se ha logrado.