Una pueril respuesta ante la vida, eso es. Al menos esa es la esencia de la actitud que tienen aquellos que terminan agazapados, a la espera, como si los hechos le fueran ajenos por completo. Como si las responsabilidades de cuanto les ocurre fueran de otros, jamás propias, y de allí el deseo recurrente de que un acto mágico se materialice para resolver cualquier inconveniente o dificultad. “Algo pasará”, dicen.
En 1992 ocurrió un acto de magia: un fallido golpe de Estado. Un porcentaje alto de la sociedad venezolana formó filas junto a los artífices del golpe sin detenerse a pensar por un minuto que se trataba de personas que transgredían las leyes y faltaban a sus juramentos profesionales. La materialización del “algo” -sin visión crítica al respecto- despejaba las dudas y encendía las esperanzas. Muy pocos se tomaron la molestia de colocar en la balanza el costo de una acción como la ocurrida, las implicaciones que para Venezuela como sociedad tendría, versus los presumibles efectos milagrosos del golpe.
Ese mismo principio se repite una y otra vez en nuestra cotidianidad aunque van 23 años de tales hechos. Lo único que parece florecer en el país es la necesidad de más actos fortuitos plenos de poderes reparadores inmediatos, sin que se valore el pésimo resultado obtenido a la fecha como respuesta directa de lo ocurrido.
Nadie quiere el sacrificio, ni oír hablar de “medidas económicas”, ni de transiciones, ni de años duros para llegar a tiempos mejores. No. Se quieren mágicos artilugios que acorten la distancia a la felicidad. Y es lamentable notar, al mirar el paso de estas dos décadas, que este afán sólo nos ha llevado al sacrificio constante, a la pérdida de casi veinte años de nuestras vidas y de la vida del país, sin opciones como nación de mejora a futuro. Nos condujo al deterioro progresivo, a la pérdida. El sacrificio ha sido hecho y nada hemos obtenido a cambio.
Cada tanto las personas que ejercen el poder en Venezuela transgreden las leyes y vulneran el sistema político que nos determina. Son pequeños actos de magia para sus seguidores, que ven en ellos opciones claras se mantenerse ligados al Gobierno y a lo que eso implica. Los sombreros de copa y las varitas son aplaudidos, votados, ovacionados; sin echar una mirada al sismo que nos derrumba como nación gracias a su accionar.
Entre quienes se oponen al Gobierno existe un volumen alto de personas que imploran por un hechizo, ese “algo” que lo resolverá todo, que en segundos disolverá la estructuras levantadas a lo largo de lustros. Esperan otro mágico “carmonazo” que, de un plumazo, desmonte las instituciones, las autoridades y hasta el nombre del país. Otra regresión, otra involución, el escape primitivista.
Pedro Carmona Estanga, 12 de abril de 2002
Pero hay más. “Lo que pasará”, ese “algo”, se sabe gracias al primo de un amigo que trabaja para alguien ligado a… Y las leyendas urbanas, puestas a rodar espontáneamente por el colectivo o empujadas por los intereses de algún grupo de poder, se convierten en “verdades” sólidas. Cosas ciertas. Cosas que se repiten de boca en boca. Cosas anheladas. Apoyadas.
En Venezuela existen crisis de todo tipo, pero una de las más graves es la relacionada con el desmantelamiento del periodismo como institución. La gravedad de esto va más allá de lo que alguien, juicioso y formado, pueda advertir. La crisis del periodismo y de los medios ocurre a la par de un exacerbado conformismo, con visos de desidia y de deterioro educativo de parte de una población que en buena medida prefiere enunciados cortos, frases hechas, rumores y las “cosas” que cuenta el vecino a “las notas informativas” que pueda emitir un medio de comunicación e, incluso, un organismo o una empresa.
Tal vez es más fácil pasar un día más creyendo en lo que se espera o quiere a tener que vivir la jornada con una actitud crítica basada en conocimientos más sólidos que demandan tiempo, concentración, contraste.
En fin, tierra fértil para la manipulación y los espejitos de colores.