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Breve discusión sobre la dignidad, a propósito del caso de Juan Requesens
El 10 de agosto de 2018 comenzó a circular un video donde se puede ver al diputado venezolano Juan Requesens medio desnudo y con signos que hacen pensar que ha sido drogado y torturado, luego de ser retenido de forma irregular por cuerpos de seguridad del Estado. Nos hemos escandalizado ante el hecho, lo condenamos, pero surge la pregunta de si es correcto divulgar el video o no, tomando en consideración la lesión a su familia y a su dignidad. Algunos argumentan que el video es una estrategia del gobierno de Nicolás Maduro para humillarlo aún más, para silenciar a su familia y a quienes se identifican con su causa, es decir, como una propaganda de miedo para disuadir a los opositores. Compartir el video en las redes sociales personales o publicarlo en los medios de comunicación se convirtió en un punto crítico especialmente ante el asalto de la duda de dónde queda la dignidad de las víctimas cuando estas imágenes se hacen del dominio de todos.
Antes de analizar ese punto es preciso hacer unas consideraciones previas:
La dignidad
Cuando hablamos de la dignidad surgen muchas nociones jurídicas, éticas, médicas, políticas; sin embargo, podríamos considerar que la dignidad como concepto es una sola. La dignidad es un elemento intrínseco de lo humano que consiste en saberse merecedor de respeto, tiene su fundamento en la autonomía que se evidencia cuando establecemos un fin para nuestra vida y en el reconocimiento de los demás como seres autónomos que son fines en sí mismos. Nadie puede arrebatarnos la dignidad, así como no pueden quitarnos la humanidad a menos que nosotros renunciemos a ella: por ejemplo, renunciamos a nuestra humanidad cuando renunciamos a nuestra capacidad de razonar, a nuestra solidaridad con otros seres, a nuestra capacidad de perdonar. Por esta misma razón no es posible que la dignidad dependa de otros, que sea contingente, no puede estar sujeta a las decisiones de un gobierno o al capricho de la fuerza que alguien ejerce sobre nosotros, y si nos usan nuestra dignidad no se ve afectada, pero sí la de aquellos que nos usaron, el victimario, el torturador, puesto que escogieron hacerlo. Así, una víctima de violación no pierde su dignidad aun cuando el violador trata de arrebatársela, puesto que radica en su autonomía, y el ser obligada a algo no puede desdecir del propio individuo.
De la misma forma la dignidad no puede ser canjeada por nada. Si así fuera sería una mercancía y entonces no tendría el valor que tiene.
Entonces, ¿pueden acaso las víctimas de crímenes como la tortura perder su dignidad por ello?
Consideremos que el fin de los victimarios es quebrantar la dignidad de las víctimas o, como algunos señalan, deshumanizarlas, es decir, que el victimario toma a la víctima y la transforma en un medio para su placer o para sus fines políticos, religiosos o médicos degradándola o humillándola. La degradación y la humillación son manifestaciones de una impotencia, por lo que tampoco son responsabilidad de la víctima. Tendríamos que considerar entonces, que no es posible socavar la dignidad de una víctima, a no ser que nos quedemos únicamente en un ambiente de falsa moral, donde se juzga que el hecho de que un individuo se encuentre sometido contra su voluntad a un estado bochornoso corresponde a que sintamos compasión por ese individuo, la compasión no es motivo de vergüenza, compasión significa padecer con otro y al contrario de lo que los victimarios piensan, nos hace más humanos.
Exponer el hecho o degradar a la víctima
Hasta hace poco más de un siglo bastaba con que una persona afirmara que había visto algo para que los demás confiaran en ello. La palabra poseía en sí misma un valor muy alto, que estaba asociado a la autoridad de quien relataba la historia, a su reputación. Así se escribieron los libros de historia. Nadie filmó las maldades de Nerón, nadie realizó fotos de las violaciones de las que fue ejecutor Calígula; sin embargo, los historiadores dieron testimonio de su maldad y a nadie se le ocurrió dudar de lo que afirmaban Gayo Suetonio Tranquilo o Cornelio Tácito, puesto que su nombre constituía en sí un testimonio de verdad y no existía otro recurso documental.
Luego, con la fotografía, el cine y más recientemente con internet, pareciera que hacen falta más que palabras. El mundo entendió que los nazis crearon campos de concentración cuando se mostraron las cámaras de gas y las imágenes de los cadáveres irreconocibles. Usaban napalm en Vietnam y fue imperiosa la foto de Nick Ut de la niña que corre desnuda por el campo de Trang Bang para que el horror de esa práctica fuera comprendido por millones. El hambre en Sudán se convirtió en certeza para muchos gracias a las fotos de Kevin Carter.
Todas estas imágenes expusieron lo que las víctimas padecían. Se puede argumentar, y en efecto se ha hecho, que con estas imágenes se degrada a las víctimas, que se les humilla y que se les roba su dignidad. El asunto es que el hecho que lesiona a la víctima ya ha ocurrido.
Es preciso recordar que estamos ante la exposición de un hecho monstruoso, no de una obra de arte que puede gustarnos o no, ni de un video del youtuber de moda, se trata de pruebas incriminatorias a las que no podemos restarles o canjearles el valor que poseen puesto que pueden mostrar de lo que algunos son capaces y que, sobre todo, quizá lo más importante, nos invitan a hacer algo para evitar nuevos horrores.
Susan Sontag en su libro Ante el dolor de los demás estudia en parte el problema de la fotografía en los campos de batalla y la dignidad de las víctimas. Allí afirma que “no hay guerra sin fotografía”. Podríamos agregar a esto que no hay guerra en la que la dignidad salga bien parada.
Poseedores de la vergüenza
Algunos, desde los más altos niveles del Gobierno, intentan usar el video donde aparece Juan Requesens para humillarlo. Lo comparten con comentarios cínicos y de burla tratando de que sea un instrumento de degradación. Muestran al vencido como los conquistadores mostraban a los indios en los salones de los palacios, con la misma intención, poner en evidencia su fuerza. Sin embargo, su valor es otro.
Si ha ocurrido algún atentado contra la dignidad es la cometida por los propios torturadores, quienes se han alejado de lo humano, he allí a los verdaderos poseedores de la vergüenza.