Hablar de crisis en Venezuela no es ninguna novedad, es para todos los habitantes de este país tan común como para los argentinos hablar de tangos o para los belgas de chocolates, y no digo que sea algo que nos define o nos caracteriza en el mundo, se trata más bien de una presencia que se ha vuelto permanente como una sombra deforme que con solo mirar al suelo podemos encontrarla.
Armando Reverón, Luz tras mi enramada, 1926
Sociólogos y estudios le han puesto algunos nombres a esa sombra como crisis social, crisis financiara o política, pero la nuestra no es ninguna de esas, aunque tenemos todas estas, el origen de las anteriores es otra a la que cada día se le da menos importancia, se obvia pero está implícita en todo lo que hacemos y se conoce como crisis de valores.
“¿Cuándo en mis tiempos?” o “antes tú podías dormir con la puerta abierta y nada te pasaba, pero ahora…”, son frases que solemos escuchar de nuestros mayores cuando hacen remembranzas de tiempos que solo podemos imaginar. En lo que pocos se detienen a pensar es en el hecho de que si ya teníamos un sistema de valores instaurado ¿A dónde se fue? ¿Qué le pasó?
Cuándo el estudio y obtención de bienes y servicios producto del trabajo dejó de ser un patrón a seguir, fue desplazado, para adoptar otros patrones que promueven el estudio como algo no necesario para destacar socialmente, o de la creencia en un derecho casi divino a la obtención de una vivienda sin esfuerzo.
Muchos satanizan a los medios de comunicación ya que hallan en ellos el origen de esta crisis, sin embargo, yo me inclino a pensar que se necesita mucho más, que esos mensajes que constantemente resuenan, demonios modernos que ya no buscan almas sino votos.
La intención no es señalar culpables, orígenes, ni cazar demonios, es llegar a un punto donde cada quien desde su espacio individual empiece a rescatar esos valores que sí nos definen como personas, como país, que nos enaltecen y nos hacen únicos, para así empezar a obrar en función de aquello que se anhela o se hace alarde y poder verlo reflejado en lo colectivo. Quién quita y dejemos de ver una sombra deforme en el suelo para ver en la pared el reflejo de lo que realmente somos.