Elegía a propósito del control cambiario

Elegía a propósito del control cambiario

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Cuánta lástima me da aquellos que piensan que el único motivo para viajar es “raspar cupo”. Qué tristes deben ser las vidas de quienes creen que viajar es elegir un destino de acuerdo a la lista de Cencoex y de llegar buscando un punto de venta donde les den los tan ansiados dólares para después regresarse corriendo a revenderlos. Qué lamentable es vivir sin saber (o sin estar interesado en saber, que es peor) que existen otros mundos, otras culturas, otros sabores, otros colores. Qué gris debe ser la vida de quienes no han vivido la inmensa dicha de un reencuentro con alguien que jamás pensaron volver a ver; la felicidad al ver que, aunque el tiempo y la distancia se atraviesen, puedes ver a una persona después de quince años y sentir que el tiempo no ha pasado. Qué difícil debe ser imaginar, para quien no lo ha vivido, la sorpresa de saber que, como por arte de magia, puedes volver a hablar en un idioma del que no has dicho una sola palabra en más de diez años, porque las circunstancias te obligan; el hecho de sentir más paz en una mezquita que la que jamás has sentido en una iglesia de tu propia religión; la pequeña decepción cuando un sitio con el que habías soñado desde pequeña es tal cual como te lo habías imaginado, pero nada más, o, por el contrario, la maravilla de descubrir que un lugar que jamás habías querido visitar y al que llegas de casualidad se convierte en uno de tus preferidos. ¿Qué sentido tiene vivir sin sentir el pequeño terror de perderse en una ciudad extraña y de la felicidad al conseguir un sitio que jamás habrías visto de no haberte perdido, porque no es de los que aparecen en las guías turísticas? ¿Cómo explicas que tus dólares no son para revenderlos sino para comer en un mercado de pescadores, o probar unos dulces Amish o comprar litros y litros de agua mineral para no contagiarte de gastroenteritis? ¿Cómo le dices a alguien al que no le interesa ni la lectura, ni la historia, ni la geografía, ni la antropología que no hay mejor manera de aprender que viajar, que los dólares (o euros, o pesos, o liras) invertidos en un museo o en un concierto no son dólares “raspados”? ¿Cómo describir la sensación de ver la cara de tu mamá al llegar al país natal de sus padres, aquel del que había oído hablar desde siempre pero que no pensó que podría visitar? ¿Cómo explicar esa cosquillita de emoción cuando abres un archivo de Excel para planificar el próximo viaje y las casillas se van llenando con tus planes? Y qué absurdo cuando te juzga alguien a quien no le falta la plata, pero que la utiliza en operaciones estéticas, en ropa o un celular de última generación, sin saber que esos dólares (que, dicho sea de paso, no son regalados sino tuyos) que pudieras gastar en ropa de los outlets de Orlando, en comprar un iPhone o revenderlos a cien veces su valor, los utilizas comprando libros (usados, preferiblemente) o en visitar la casa de tu escritor favorito, y que llevas usando los mismos pantalones 5 años porque en cada viaje piensas en comprarte unos nuevos pero siempre se te atraviesa la oportunidad única de ir a [inserte el nombre de cualquier lugar medianamente interesante] y no te dio tiempo de ir de compras.